No tengo remedio ni solución; cada día me demuestran los acontecimientos
que mi forma de ver el mundo poco tiene que ver con la de la mayoría, o al
menos con esa mayoría que se publica y se publicita a diario, que anda en la
pasarela y en los medios a todas horas.
Hace diez años, publicaba, por pequeñas entregas, un ensayo en el que
analizaba la función de la cultura en esta sociedad del siglo veintiuno. En él,
y de manera un poco provocativa, afirmaba que, si yo no servía para la sociedad
más que Ronaldo, es que esa escala de valores social no estaba bien construida.
Lo he vuelto a publicar de nuevo hasta ayer mismo. ¿Qué puedo decir tan solo un
par de días después con la muerte del futbolista Maradona?
Ayer vi con estupor cómo un telediario le dedicaba sus primeros DIECISIETE
minutos. Después, en el apartado de deportes, ya perdí la cuenta. En ese
telediario se daba cuenta de la manera en la que todos los medios del mundo
anunciaban y comentaban dicho suceso. El mundo paralizado y atónito. Una bomba
atómica. Otra pandemia incontrolada. El fin del mundo. Después, conexiones en
directo, lloros incontenidos, emociones a gogó, lamentaciones por todas partes,
descontroles sociales, amontonamientos de ciudadanos sin ningún cuidado
sanitario, predisposiciones para contactos de pandemia futuros casi seguros… Un
botellón emocional colectivo.
Y el modelo, el referente al que imitar, las secuelas emocionales y de
conducta en los ciudadanos.
Las comunidades necesitan sus referentes, sus imágenes a las que agarrarse,
sus héroes que conciten unión y urdimbre entre ellas. La Historia nos va
dejando distintos tipos de ídolos, que no duran más que el tiempo necesario
para ser sustituidos por otros mejor adaptados a los cambios y avances de esa
Historia. En estos tiempos del siglo veintiuno, los ídolos deportivos se llevan
la palma. A su altura, o casi, los que visitan con más frecuencia la pasarela
de los cines o de los escenarios musicales… Y todos al amparo del canto de
sirena del dinero, que todo lo cocina y todo lo embaúla.
De esta manera, todo se supedita a lo que manden estos parámetros, y casi
todo se explica desde estos presupuestos. Pero, en una escala de valores no
cabe todo, pues, si situamos en lo más alto de la jerarquía un valor, tenemos
la necesidad de bajar la consideración de otro. Y todo se nos descabala.
Este buen señor, que descanse en paz, ha sido un deportista especial y ha
divertido y hecho pasar buenos ratos a muchas personas. Gracias le sean dadas
por ello. Tantas como a un tejedor, por ejemplo, por fabricar un buen paño con
el que hacerme unos pantalones. Por lo demás, su vida ha estado salpicada, o
más bien rellena hasta el desborde, de prácticas que no parecen precisamente ni
las más saludables ni las más recomendables: drogas, alcohol, “desajustes” familiares,
disparates verbales…, exageraciones por todas partes. Todo un modelito para la
sociedad y para las generaciones que le sigan.
Pues ahí está, el D1OS, el héroe de los héroes, el infinito personificado,
la perfección hecha carne, la magia y el esfuerzo elevado a la máxima potencia.
Ohhhhhhhhhhhh.
¿No tenemos ni la simple capacidad para separar la práctica de un deporte -para
el que unos están genéticamente más dotados que otros, por más que esas
cualidades se entrenen y se perfeccionen- del resto de la vida? ¿De verdad que
el deporte engloba todo y se sitúa por encima de todo lo demás? ¿Qué escala de
valores estamos promocionando? ¿Qué enseñanzas transmitimos a los más jóvenes?
¡Es que las alabanzas disparatadas proceden de todos los niveles, también
de aquellos que teóricamente están mejor formados!
Uno puede coincidir con alabar las excelencias deportivas, incluso algunas
de las ideas sociales que parecía proclamar. Pero, aparte de ello, ¿qué es lo
que ha aportado de reflexión para el avance en justicia de la humanidad?, ¿algo
más que cualquier otro ciudadano que haya cumplido con sus obligaciones
sociales y haya seguido un comportamiento digno? Más bien las cuentas dan como
resultado todo lo contrario.
Hasta aquí estos apuntes de descripción y hasta de desahogo. Falta lo más
importante: la explicación de las causas que producen estos hechos y estos
comportamientos. Porque se producen por algo; y ese algo es la razón que hay
que desentrañar: Malvinas, conciencia nacional, emociones que ocultan otras dificultades,
aparentes ascensos sociales desde abajo… y algo de magia en el deporte, claro.
¡Ay, aquello del circo romano y aquel panem
et circenses!
A todo ello nos debería invitar este espectáculo tan extraño de alabanza de
héroes, que tal vez tengan los pies de barro y que se caerían a poco que
indagáramos en sus bases y en sus cimientos.
Así que, descansa en paz, pibe; y entiende que ser excelente en un apartado
no da derecho a cualquier cosa en el resto de las variables de la vida. Al
menos para mí.
2 comentarios:
Son una auténtica locura las imágenes que hemos visto...la excusa perfecta para desbordarse y salir de madre. Incomprensible.
Eso lo doy por hecho, pero mi reflexión quiere ir bastante más allá de esas imágenes
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