Tengo un amigo que me enseñó hace tiempo una expresión hermosa.
Desde entonces, la repetimos con frecuencia. Es esta: “No es lo mismo un toma
tú que un trae para acá”. En pronunciación castiza: “No es lo mismo un toma tú
que un trae p´acá”. Hace referencia a la actitud distinta, según el caso, del
sujeto que la pronuncia. En el primer
caso, lo que hace es ofrecer; en el segundo, es el receptor y el beneficiado de
lo que se esté cociendo en el asunto. Ya se ve que no es lo mismo ser generoso
que ser egoísta.
Otro dicho español reza así: “Vale más un por si acaso que un válgame
Dios”. En este caso, nos muestra la diferencia entre la previsión y el lamento,
entre la precaución y el arrepentimiento, entre el adelantamiento a los
acontecimientos y la contemplación de sus efectos cuando ya no hay remedio. Son
actitudes que nos acompañan durante toda la vida y que modelan nuestro carácter
y acarrean toda una serie de consecuencias.
Sobre cuál sea nuestro modelo se pueden formular toda una serie
de razonamientos. ¿Cómo puede ser la vida intensa y sabrosa sin ese empujón
vital e inmediato ante lo que esta nos ofrece? ¿Cómo no atreverse a violar la
vida si se ha hecho para nosotros y para que la gocemos y la saboreemos hasta
morir con ella y de ella? ¿Cuántas veces no achacamos actividades y hechos a
impulsos propios del ser humano en sus diversas edades?
Pero a la vez, ¿en cuántas ocasiones no hemos puesto pie en
pared y hemos dicho cuenta hasta diez que “vale más prevenir que curar”?, ¿de
qué manera recordamos aquellos casos en los que la prudencia nos libró de
consecuencias no queridas?, ¿cuántas veces hemos comentado sucesos en los que
nos libramos por los pelos y nos salvó la inacción?
Como se sabe, cada dicho tiene su contrario; como la vida misma,
que ofrece ratos en los que la prudencia nos puede y momentos en los que los
impulsos nos arrebatan. Los prudentes tienen momentos de impulsos y los
impulsivos se contienen en algunas ocasiones.
In medio, virtus, decían
los clásicos. Lo difícil está en señalar cuál es el punto medio, para movernos
cerca de él y para que él nos sirva de guía. Al ser humano se le ha concedido
la facultad de pensar, y pensar es lo mismo que pesar y que sopesar. Eso debería
conducirnos a la prudencia y a la razón antes de actuar. Pero poca soca seríamos
si no aspiráramos a la intensidad que dan el impulso y la pasión.
Como el día anda metido en dichos, ahí va otro que acaso nos
pueda servir, aunque sea de los que, en los tiempos que corren, haya que pensar
en ir apartando, si es que “vale más un por si acaso que un válgame Dios”. Es
este: En Castilla, para pechos femeninos, se dice: “Lo que sobre de las manos
para los marranos. Pero, en caso de duda, mejor que sobre que no que haga falta”.
O, en términos más castizos: “En caso de duda, la más tetuda”.
Otra vez en busca del equilibrio, de ese punto que nos sitúa
entre la prudencia y el atrevimiento, entre la razón y la pasión.
Pues que, una vez más, termine el clásico: “Piensa el
sentimiento; siente el pensamiento”. Vale.
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