viernes, 8 de octubre de 2021

MADRID

MADRID

Madrid, siempre Madrid. Madrid de las hileras de automóviles, como hormigas atómicas buscando su hormiguero; Madrid la de la vida subterránea, duplicando las superficies y dando pálpito al fondo de la tierra; Madrid con el bullicio de las calles, en las que las gentes se ven sin conocerse, se ven y no se miran, se miran y no se ven, van y vienen al ritmo de epidemia en todas las aceras; Madrid de monumentos colosales, que retienen el tiempo en sus paredes y enseñan sus poderes inmutables; Madrid donde se canta ópera en la calle, tal vez reivindicando el derecho a hacerlo dentro de los teatros, en los que se llenan las bolsas y los egos, y no como en la calle, donde los egos siguen, pero la gorra de pedir sigue vacía; Madrid de catedrales y de criptas, en las que se han tumbado a descansar para los restos los elegidos por el brillo del dinero y de la fama que no han tenido nicho en otros sitios más reales y donde parecen invocar la oscuridad y el derecho a pedir a lo alto un lugar destacado en aquel reino; Madrid de los beatos y de aquellos que pasan de aficiones  distantes de razón, mezclados y rozándose, pero no revueltos; Madrid de los mercados convertidos en lugares de culto a la bebida y a la cháchara; Madrid de las terrazas en las calles, donde matar el tiempo mientras el tiempo va matando a todos; Madrid de los anónimos, que son todo y no son nada más que uno solo en soledad rodeada de otra multitud de soledades; Madrid con hospitales y con fiestas, donde el dolor se mezcla con la risa y la tristeza abraza a la alegría; Madrid de la amistad y del recelo; Madrid de los mercados y las bolsas, de los lujos y el pan de la pobreza; Madrid donde me acogen como en casa; Madrid, el poblachón manchego donde confluyen los caminos y el cielo se derrite en luz de otoño; Madrid, rompeolas de todas las Españas; Madrid, siempre Madrid.

He vuelto a pasear por los madriles después de tanto tiempo, con tiempo para todo, sin tiempo para nada. Fueron solo unas horas desiguales e inciertas, pero también gozosas. Madrid sigue en su sitio, con el valor de esa casa tan grande en la que cabe todo el mundo. Incluso mi persona, reacia a las multitudes y con escasa afición a las grandes ciudades.

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