MADRID
Madrid, siempre Madrid. Madrid de
las hileras de automóviles, como hormigas atómicas buscando su hormiguero;
Madrid la de la vida subterránea, duplicando las superficies y dando pálpito al
fondo de la tierra; Madrid con el bullicio de las calles, en las que las gentes
se ven sin conocerse, se ven y no se miran, se miran y no se ven, van y vienen
al ritmo de epidemia en todas las aceras; Madrid de monumentos colosales, que
retienen el tiempo en sus paredes y enseñan sus poderes inmutables; Madrid
donde se canta ópera en la calle, tal vez reivindicando el derecho a hacerlo dentro
de los teatros, en los que se llenan las bolsas y los egos, y no como en la
calle, donde los egos siguen, pero la gorra de pedir sigue vacía; Madrid de
catedrales y de criptas, en las que se han tumbado a descansar para los restos
los elegidos por el brillo del dinero y de la fama que no han tenido nicho en
otros sitios más reales y donde parecen invocar la oscuridad y el derecho a
pedir a lo alto un lugar destacado en aquel reino; Madrid de los beatos y de
aquellos que pasan de aficiones
distantes de razón, mezclados y rozándose, pero no revueltos; Madrid de
los mercados convertidos en lugares de culto a la bebida y a la cháchara; Madrid
de las terrazas en las calles, donde matar el tiempo mientras el tiempo va
matando a todos; Madrid de los anónimos, que son todo y no son nada más que uno
solo en soledad rodeada de otra multitud de soledades; Madrid con hospitales y
con fiestas, donde el dolor se mezcla con la risa y la tristeza abraza a la
alegría; Madrid de la amistad y del recelo; Madrid de los mercados y las
bolsas, de los lujos y el pan de la pobreza; Madrid donde me acogen como en
casa; Madrid, el poblachón manchego donde confluyen los caminos y el cielo se
derrite en luz de otoño; Madrid, rompeolas de todas las Españas; Madrid,
siempre Madrid.
He vuelto a pasear por los
madriles después de tanto tiempo, con tiempo para todo, sin tiempo para nada. Fueron
solo unas horas desiguales e inciertas, pero también gozosas. Madrid sigue en
su sitio, con el valor de esa casa tan grande en la que cabe todo el mundo. Incluso
mi persona, reacia a las multitudes y con escasa afición a las grandes ciudades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario