viernes, 29 de octubre de 2021

LLUVIA

 

LLUVIA

Llueve serenamente, llueve sin prisa alguna, chispea, llovizna, lloviznea… El cielo se ha asomado con calma y con tristeza a estos suelos serranos y otoñales. Tal vez se ha dado cuenta de que era mucho el tiempo de su ausencia y, por ello, llora con cierto desconsuelo. El suelo se ha mojado y las hojas se han puesto en poco rato su vestido húmedo. El cielo anda acolchado entre las nubes, con su color tan gris casi olvidado, y el sol anda dormido y despistado.

La limpia comunión de cielo y suelo tiene su lazo de unión en estas aguas, que se anuncian fecundas, generosas, en las siguientes horas. La ayuda de los vientos hará que su potencia sea más alta y vacíen sus entrañas hasta la última gota.

Es una hora imprecisa esta en la que dos fuerzas se unen como en cambio de guardia. La primera es el día y adquiere la conciencia de que ha de morir en manos de la noche, de que ha de dejar paso a otras leyes distintas de las suyas. La segunda es la noche, con sus fuerzas ocultas y sus nadas intensas. Hoy no hay encuentros de la luz sonrosada del fin del horizonte, cuando la luz de la tarde parece adormilarse en un contexto etéreo y armonioso. Desde buena mañana, es la lluvia en el cielo la que pinta contornos y da ese fondo gris a toda cosa.

Los árboles ventean en sus ramas y cuajan en sus hojas amarillas el tejido de otoño en las laderas. La hierba renació con otras lluvias y se baña en las gotas y en el aire. Los regatos, los ríos y las fuentes aguardan engordar en sus corrientes, como cauces seguros de la lluvia. Hay pájaros que vuelan asustados, con sus alas mojadas y sus picos abriendo surcos leves en el aire. Las piedras se han lavado y ya relucen con destellos de luz contra los cielos…

En medio de la lluvia, que embriaga la feliz naturaleza, yo me sacio de ella, me dejo humedecer, calo mis huesos, me empapo bien mis manos, me calo hasta los huesos, pongo a remojo el alma, me riego, me salpico, me rocío, me impregno con la lluvia y me baño de cielo y de humedad.

Y vuelvo a los deseos de la canción que tanto suspiraba por la lluvia: “Tiene que llover, tiene que llover a cántaros”.

En la vieja ciudad estrecha, el agua hace reunir a las personas a cobijo del viento y de la lluvia. Y la lluvia fomenta la palabra, la adereza y la guisa con especias de luz y de pureza.

Veo llover desde mi terraza. Llora el cielo, pero el campo se alegra y se humedece. Yo sueño con el sol y con las lluvias, con el cielo y el suelo, con ese puente hermoso que es la lluvia. Para que el cielo baje hasta los suelos; para que el suelo sueñe con el cielo; para que yo sea cielo y suelo al mismo tiempo.  

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