Porque la situación social es la que es; y no se presenta como un
jardín de rosas precisamente: las desigualdades son muy visibles, las
oportunidades son desiguales y el panorama para el futuro no apunta lo mismo
para unos que para otros. Es la eterna “cuestión social”.
Hace escasas fechas apuntaba en
esta misma ventana la necesidad de concentrar más los focos en el asunto económico
como base y compendio de todos los que componen la organización de las
sociedades. Lo hacía considerando la importancia que se le concedía a los
asuntos de género y la falta de agitación social que observaba ante los hechos
económicos, todo ello sin intentar restar importancia a los primeros. De nuevo
me encuentro con ideas de Dorado Montero que analizan la misma realidad, hace
ya más de un siglo. Él lo hace de una manera mucho más integradora, pero
recordando que, sin la base de justicia económica, no puede explicarse ni
solucionarse lo demás.
Que el problema social es algo más que
una cuestión de estómago nadie lo duda hoy. Pero de eso a considerar casi sin
importancia el lado económico de aquel media un abismo.
Las clases inferiores se constituyen
en materia de problema social, no por carecer de alimento, habitación y vestido,
sino también por carecer de otras cosas muy necesarias para que su vida pueda
merecer la calificación humana: de cultura, de educación, de moralidad, de
respeto a su persona, a todos sus derechos; bien que acaso la consagración de
estos (derechos) sea imposible sin el acompañamiento inexcusable de la
independencia económica, sin la segura e inadmisible posesión de los medios
indispensables para cubrir las necesidades materiales propias y de la propia
familia (…)
No tiene razón de ser alguna la
disputa sobre si la cuestión social es una ‘cuestión económica’ (cuestión de ‘estómago’)
o una cuestión ‘moral’. ¿No debe más bien decirse que es una cuestión moral,
pero que lo es precisamente por ser ante todo una cuestión de estómago? La lucha de clases. 1 de mayo de 1899.
Algún oportunista aprovechará
para agarrarse a aquella insidiosa frase que segura que “todo lo que no son
cuentas son cuentos”. De ninguna manera. Por lo que se aboga aquí es por la
defensa de que hay que partir de un reparto económico justo para que se puedan
realizar las demás condiciones. Pero en absoluto se renuncia a las riquezas
culturales, educativas, morales… y de toda una panoplia de valores, que son los
que determinan la elevación del ser humano a categoría de ser noble, racional,
bondadoso y justo. No queremos ser tan pobres como los que solo tienen dinero,
pero no queremos que falte a nadie lo imprescindible para conseguir los
elementos necesarios para el sustento y para la satisfacción de otras necesidades
que también configuran al ser humano como tal.
Cualquier teoría social, filosófica,
económica o política tiene que incorporar esta obligación, esta obligación
amplia e integradora tendente a conseguir una sociedad en la que todos sus
componentes se sientan asistidos en esa base económica y en las demás variantes
propias del ser humano. Sin un sentido de lealtad y de orientación social de
todas las actividades, nada será posible, la “cuestión social” seguirá acusándonos
y todos andaremos de cabeza y desorientados, además de enfadados y en lucha
desigual. Cada uno sabrá lo que tiene que hacer y si merece la pena. Por él y
por los demás.
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