ESTACIÓN DE PARTIDA
Escribo
estas palabras al dictado
del
sol de una mañana de setiembre.
Estoy
desayunando en mi terraza.
Me
acompaña una orgía de vencejos,
que
vienen cada año a visitarme.
Pareciera
que todos los vencejos
que
existen en el mundo se han reunido
respondiendo
a una voz que los llamara.
Se
solazan al sol que más calienta,
entrenan
resistencia de sus alas,
atraviesan
la luz, vuelan sin tino,
van
y vienen sin tregua, como en baile
que
muestra la certeza de una celebración…
Son
cómplices del gozo y la alegría
de
esta mañana azul, tibia y serena.
Sé
que ensayan canción de despedida,
que
ejercen su labor de trashumancia
hacia
tierras templadas en invierno,
cabalgando
las nubes, cual ejército
que
invade alegremente los espacios.
¿Qué
fuerza los empuja cada año
a
tan largo viaje?, ¿qué misterio
palpita
en el latir de su conciencia?
Casi
rozan mi piel, como pidiéndome
que
me marche con ellos por el aire.
Los
miro, los contemplo, envidio de ellos
ese
aparente caos en que se mueven.
¿Tendrán
alma estos pájaros?
Oigo
una débil voz en mi conciencia,
que
me invita a pensar una respuesta;
me
pide que pregunte por mí mismo,
por
esa traslación inevitable
camino
de la muerte y del olvido,
y
deje a los vencejos que celebren
sus
fiestas y sus ritos y sus hábitos.
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