FIESTAS
Hay
días en los que uno debería escribir solo para el consumo interno: son aquellos
en los que los elementos del relato no alcanzan fuerza y vuelo para alzarse a
la categoría de idea o al menos de esbozo de idea. Hoy tal vez sea uno de esos
casos.
Ocho
de setiembre. Fiesta en numerosos lugares. Tal vez última celebración de fin
del verano y de alegría por la recogida de cosechas. Vírgenes en todas las
esquinas, en montes, en peñas o en cuevas. Advocaciones marianas varias, pero
todas con el marchamo común de Natividad de la Virgen. Como si empezáramos el
largo periodo religioso que nos ha de llevar hasta la Pascua primaveral.
En
Béjar, esta ciudad en la que me sigo haciendo viejo, también es el día de la
patrona, de la fiesta local. Mucho más después de que le robó protagonismo a la
feria comercial y profana de finales de este mismo mes. Influencias religiosas
al canto.
Pero
todo sigue apagado y como en susto por culpa de la pandemia. Repaso el
calendario de festejos y apenas encuentro nada del esplendor de otros años, ni
en el campo religioso ni en el civil. El plano religioso se veía culminado con
su procesión correspondiente a media mañana, en los alrededores de la ermita
del Castañar. El civil lo hacía con sus verbenas y su corrida de toros. Como si
nadie supiera salir del círculo vicioso de misa, procesión, toros y verbena.
Casposo casi todo. Este año, ni procesión.
Algo
me llama, sin embargo, la atención. Me cuentan que llevarán la imagen de la
Virgen hasta la plaza de toros para que presida la corrida. Qué disparate.
Menuda alquimia barata. De ahí no puede salir ni cobre de la peor calidad.
Ningún paso adelante y media maratón para atrás. Superstición a paladas.
Sociología musgosa. Reino bejaraui.
Me
apena que el esquema, a pesar de las circunstancias, sea tan corto de miras,
más antiguo que la pana y pez que se muerde la cola a sí mismo desde siempre.
Y
eso que, personalmente, no me siento ni mejor ni peor que otros años. Recuerdo
con nostalgia los paseos que me daba en estas fechas, con mi madre, por el
parque, casi solitos, durante la mañana, cuando todo el mundo había subido al
monte y a la ermita. Tranquilidad y sosiego. Casi paz.
Hoy
apenas había gente por las calles. Pero no estaban en el Castañar porque los
taxis, otros años tan solicitados y raudos, hoy descansaban en la parada de la
Corredera, esperando clientes que no llegaban.
Se
mezclan en mi mente sentimientos diversos: la consideración acerca de programas
de fiestas -tan tradicionales siempre-, mi escasa
participación en las mismas, y el deseo de que el contexto cambie para que se
pueda volver a la alegría de la comunidad. Aunque sea en formas que en casi
nada me satisfacen.
Mañana
será día de retorno a la monotonía de los días de diario. El contraste con el
día de hoy será menor. Tampoco importa tanto. Los días seguiremos siendo
nosotros y lo que vayamos sembrando en el paso por la vida. La fiesta irá y
vendrá según la sepamos convocar.
Bueno,
tal vez hayamos gateado hasta la idea. No sé. Veremos.
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