PESIMISMOS
El discurrir
biológico acumula experiencias, hechos en los que somos espectadores o
protagonistas, lecturas, vivencias varias y, en fin, acontecimientos que van
configurando el contexto en el que se va desarrollando nuestro pensamiento y
nuestra manera de estar en la vida, si no es que terminan por ser la esencia
misma de nuestra manera de ver el mundo. Como las fuentes son tantas, el poso
que van dejando resulta muy variado según los individuos. El caso es que
termina por darnos una imagen general de personas más optimistas o de personas
más pesimistas.
Se suele afirmar
que un pesimista no es más que un optimista ilustrado, como dando por cierto
que el análisis de las cosas nos sitúa en el camino de la desesperanza y hasta
de la desilusión. La afirmación tal vez sea demasiado atrevida y
generalizadora, pero me temo que encierra bastantes elementos de razón.
La trayectoria
social y política de los últimos cincuenta años representa un ejemplo característico
de este hecho. Así, buena parte de las generaciones que se ilusionaron con la
llegada de la transición y de la democracia, con el correr de los años, pasaron
al estado de cierto desánimo y de pesimismo. Tal vez algo parecido -y este sería
un ejemplo de rabiosa actualidad- se puede decir de muchas personas que asisten
con disgusto al enfrentamiento irracional entre una parte no pequeña de la
clase política y social.
Ante tal situación
–reduccionista, por supuesto, pero me temo que muy real-, caben dos posturas
encontradas si se apunta hacia el futuro. Es por ello por lo que podemos hablar
de pesimismos, en plural. Al menos de dos tipos de pesimismo.
El primero es el
que nos mantiene en la inacción, convencidos de que todo es inútil y que
cualquier esfuerzo se salda con escasos resultados. En ese caso, la inercia nos
lleva a volver la mirada hacia el interior de nosotros mismos, reduciendo el
campo de acción a aquello que afecta a la persona individualizada, a cada uno
de nosotros como individuo. Como las ideas aspiran al valor universal, tendemos
a su abandono y a guiarnos por el ego-ísmo.
El segundo tipo
de pesimismo parte, como el primero, de la constatación de que la realidad se
descose por demasiados sitios y que presenta grietas por todas partes. Por eso,
el pesimismo. Pero, a partir de ahí, se enfunda en el traje de la ilusión, del
espíritu positivo y se echa a andar, en un sube y baja continuo, en un caerse y
levantarse que no para, con la intención de mejorar la situación social,
precisamente para que ese pesimismo cambie de acera y se convierta en optimismo
y en mejora de la comunidad en la que vive.
Parece evidente
que resulta más positivo engancharse al ‘pesimismo optimista’, tanto por sus
ventajas sociales como personales en todos los campos posibles.
He vuelto a la
compañía del pensamiento de Dorado Montero y me encuentro precisamente con esta
misma idea. Así que sean él y el argumento de su autoridad los que me
sustituyan. Ahí van sus palabras:
Existe una actitud pesimista claramente interesada; es la de
quienes se envuelven en un manto de aparente amargura y desengaño para poder
disfrutar cómoda y egoístamente los ‘endiablados’ productos de la presente
civilización.
Existe otra actitud en la misma línea de la de aquellos que
consideran que la vida es un valle de lágrimas, un inmenso teatro de desdichas,
dolores, negruras y tristezas, para aminorar y endulzar las cuales, no solo es
inútil cuanto se haga, sino que quien más trabaja en ese sentido aumentará su
tormento, porque no logrará otra cosa que hacer más intensa la conciencia de su
infelicidad. De aquí solo podrían derivarse el renunciar a la vida o el embrutecerse.
Pero existe otro tipo de pesimismo que armoniza a maravilla con el socialismo y
que hasta constituye el más poderoso resorte del espíritu y movimiento radical
revolucionario. Es el ‘pesimismo
optimista’ de que se hallan forzosamente poseídos todos los luchadores, todos
los hombres progresivos, cuantos saben que la vida es combate y trabajo, camino
incesante; y por hallarse convencidos de ello están dispuestos siempre a ‘arrimar
el hombro’ para conseguir que el estado
que sin remedio ha de sustituir al actual estado, caduco, injusto, sea un
estado en que exista un bienestar social mayor aplicable a mayor número de
personas que el que existe con la
organización presente. Pesimismo
y socialismo. El socialista, 1º de
mayo de 1899.
Me abruma el pensamiento y me
manda al rincón de pensar. Y de actuar.
1 comentario:
Constato que en el ordenador leo perfectamente tus entradas; pero, si lo hago en el móvil, la lectura se hace dificultosa, por el escaso contraste entre lo escrito y el fondo de pantalla, como ya te anoté en días pasados.
¿Será cosa de mi móvil o afectará a todos?
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