Buena parte del fin de semana lo
he ocupado en la lectura de la obra de Juan Manuel de Prada “El castillo de diamante”.
Con este escritor me pasa algo extraño pues no conjugo muy bien mi baja estima
hacia su escala de valores como persona con la alta que le profeso a su
categoría literaria. Y yo suelo decir que ambas suelen ir muy unidas. Me lo
haré mirar.
En todo caso, es una aproximación
más a la figura personal, histórica, social y literaria de Teresa de Jesús, en
este caso en enfrentamiento con otro carácter femenino especial, Ana de Mendoza
de la Cerda, la famosa Princesa de Éboli, que en este libro actúa más bien de
segundona de Teresa, pero que condiciona y engrandece la figura de la fundadora
carmelita.
Mis impresiones acerca de esta
figura polifacética no han variado en casi nada. Sigo viéndola como una mujer
poderosa y personal, capaz de enfrentarse a cualquier dificultad, desde una
actitud de sensaciones más que de razón, pero también -y tal vez por ello- en
manos de confesores y de eclesiásticos y siempre con la duda en la cabeza de si
sus pensamientos o sus actividades rompían cualquier rancio precepto inquisitorial.
Es la ventura mística, la que
renuncia a la explicación lógica y la que se abandona en las manos de un guía
espiritual, considerado superior y absoluto, al que se le rinden todas las
potencias y todas las posibilidades personales. Y todo ello sin mirar atrás,
sin dejar ni un solo resto ni eco de sonido que te pueda reclamar el camino de
vuelta a la razón. Porque la actitud de abandono del mundo como algo que no
complace es algo frecuente. El ser se escapa y se esconde; pero parece que
queda como el deseo de un posible arreglo y, con él, una vuelta al mundo para
intentar una realidad algo mejor. En la mística el abandono es total, no hay
vuelta atrás; y no solo no hay vuelta atrás sino que, cuanto más se aleja el
místico, más contento parece de haberse alejado y menos recuerda el pasado.
En todo caso, el libro incorpora
el mérito de recoger otras aristas de la carmelita más humanas y hasta jocosas,
tal vez como forma menos mala de soportar calamidades y sinsabores.
Dos mundos antagónicos se
enfrentan en las personas de Teresa y de Ana, el religioso y el mundano, el del
cielo y el del suelo, el de la entrega y el de la ambición personal, el del
interior y el del exterior. Y todo, para poder entenderlo mejor, en el contexto
del siglo dieciséis español. Porque los contextos sí son muy diferentes. No sé
si también lo son las actitudes. De esto estoy menos seguro.
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