domingo, 3 de abril de 2016

ACTITUDES


Buena parte del fin de semana lo he ocupado en la lectura de la obra de Juan Manuel de Prada “El castillo de diamante”. Con este escritor me pasa algo extraño pues no conjugo muy bien mi baja estima hacia su escala de valores como persona con la alta que le profeso a su categoría literaria. Y yo suelo decir que ambas suelen ir muy unidas. Me lo haré mirar.
En todo caso, es una aproximación más a la figura personal, histórica, social y literaria de Teresa de Jesús, en este caso en enfrentamiento con otro carácter femenino especial, Ana de Mendoza de la Cerda, la famosa Princesa de Éboli, que en este libro actúa más bien de segundona de Teresa, pero que condiciona y engrandece la figura de la fundadora carmelita.
Mis impresiones acerca de esta figura polifacética no han variado en casi nada. Sigo viéndola como una mujer poderosa y personal, capaz de enfrentarse a cualquier dificultad, desde una actitud de sensaciones más que de razón, pero también -y tal vez por ello- en manos de confesores y de eclesiásticos y siempre con la duda en la cabeza de si sus pensamientos o sus actividades rompían cualquier rancio precepto inquisitorial.
Es la ventura mística, la que renuncia a la explicación lógica y la que se abandona en las manos de un guía espiritual, considerado superior y absoluto, al que se le rinden todas las potencias y todas las posibilidades personales. Y todo ello sin mirar atrás, sin dejar ni un solo resto ni eco de sonido que te pueda reclamar el camino de vuelta a la razón. Porque la actitud de abandono del mundo como algo que no complace es algo frecuente. El ser se escapa y se esconde; pero parece que queda como el deseo de un posible arreglo y, con él, una vuelta al mundo para intentar una realidad algo mejor. En la mística el abandono es total, no hay vuelta atrás; y no solo no hay vuelta atrás sino que, cuanto más se aleja el místico, más contento parece de haberse alejado y menos recuerda el pasado.
En todo caso, el libro incorpora el mérito de recoger otras aristas de la carmelita más humanas y hasta jocosas, tal vez como forma menos mala de soportar calamidades y sinsabores.

Dos mundos antagónicos se enfrentan en las personas de Teresa y de Ana, el religioso y el mundano, el del cielo y el del suelo, el de la entrega y el de la ambición personal, el del interior y el del exterior. Y todo, para poder entenderlo mejor, en el contexto del siglo dieciséis español. Porque los contextos sí son muy diferentes. No sé si también lo son las actitudes. De esto estoy menos seguro.

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