lunes, 18 de abril de 2016

"¿...NO HAY PÁJAROS HOGAÑO?"



¿Por qué cada vez que termino la lectura del Quijote -y acabo de cerrar mi lectura de este año- lo hago con una mezcolanza agridulce de compasión, de enfado y de energía oculta para gritar a voces la necesidad de que todo es manifiestamente mejorable y de que no se puede dejar morir así como así a este caballero?
Vamos a ver. Don Quijote se muere y el autor le hace reconocer que las condiciones de los caballeros y del mundo de la caballería son muy diferentes en su siglo y que ya no tienen sentido estas figuras: “…ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño”. ¿En qué nidos, en loss biológicos de don Quijote, en los históricos del siglo diecisiete o en ambos? ¿Qué viene a significar eso de que “no hay pájaros”? ¿No hay ilusiones, no hay ideas, no hay ideales, no hay condiciones para desarrollar todo este mundo? Y, si no hay condiciones, ¿cuál es la causa? Parece que necesitáramos volver al mundo de la calma, al orden establecido, a la falta de movimiento, a la negación del cambio de las cosas, a que todo siga igual, a que los beneficiados sean siempre los mismos, a no poner ningún pero a las leyes establecidas, sean estas civiles o religiosas, a la conservación de status quo.
El final de los días de don Quijote, en palabras que le hace pronunciar el autor, se concreta en aquel parrafazo de abominación de todo el mundo de la caballería. De este modo, todos los participantes de la historia, desde el más burlón al más sesudo (y no son incompatibles), terminan en el acuerdo de que, el caballero vivió loco y murió cuerdo: “Yo fui loco y ya soy cuerdo”.
O sea, que la cordura supone aceptar el status, el agarrarse a él de la mejor manera posible, el chupar de la teta del sistema y aquí me las den todas, el no imaginar cambios en nada, el no atreverse con nada novedoso, el no poner la voluntad al servicio de ninguna causa que no busque el beneficio personal, el dios lo ha querido y bendita sea su voluntad, el sometimiento a todo suceso, el tendrá que ser así, el qué buena persona porque no tiene capacidad para ser mala, el…
No, no y no.
Cedamos en que las formas tienen que cambiar y adaptarse a los tiempos, entendamos que las implicaciones de cada cual son diferentes según los contextos, reconozcamos que también el ímpetu hay que embridarlo y que la verdad nunca es absoluta, comprendamos que no es malo ajustar en algún tano los esfuerzos con los posibles resultados… Y todo lo que se quiera.
Pero hacer morir la voluntad, el desapego, la bondad, la ilusión, la disposición siempre positiva, la liberalidad, la fidelidad, la honradez y toda la enorme cantidad de virtudes que adornan a don Quijote y a Sancho “es pensar en lo excusado”.
Por eso siempre me quedan ganas de desenterrarlos de nuevo y de volver a acompañarlos en sus aventuras cada año, aunque a veces hago el propósito de distanciar algo más las salidas, por si ello me da algo más de serenidad y de buena interpretación.

De momento, dejemos a don Quijote en su lecho, pero que vivan sus recuerdos y que luzcan sus virtudes, esas de que tan necesitado anda este mundo en el que sigue existiendo, al lado de los caballeros de papel cuché y del famoseo, otro tipo de caballeros, absolutamente necesario para que no muramos de melancolía todos los demás.

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