viernes, 3 de enero de 2025

CAMPANA SOBRE CAMPANA

 

CAMPANA SOBRE CAMPANA

«Pedroche, Lalachus (es un nombre?), Broncano ... si, debo estar mayor y no lo noto. Vivimos una época donde la ocurrencia reemplazo a la propuesta, el listo al inteligente, el fruto del escándalo al fruto del trabajo, la fama al prestigio, el dinero ocupa el lugar de los valores, la cultura woke el de la honradez, importa más el envase que el contenido. Y todo musicalizado con la banda sonora del reggaeton y las letras del trap».

No puedo citar el nombre del autor porque procede de un comentario sin firma en un periódico digital. Pero lo copio porque me ahorra casi cualquier explicación. Respeto incluso los errores ortográficos y las imprecisiones léxicas para dejarlo tal y como está, como un pequeño diamante en bruto.

Asistí el día de Nochevieja al espectáculo de las doce campanadas. Ya saben, esos tres minutos (cinco como mucho) en los que casi todo el mundo anda pendiente del sonido de unas campanas en la Puerta del Sol, para brindar por el nuevo año, para los abrazos y toda esa parafernalia. Hasta ahí, todo normal.

Pero, en este país de todos los demonios, desde hace unos años, y este año con más fuerza, se ha abierto una discusión y una expectación insólita para ver qué cadena de televisión atrae a más espectadores en ese momento. Y el asunto consiste en ver a una muchacha casi desnuda en un medio o a otras dos personas banalizando todo y haciendo risas sin ninguna causa y como si a ambas les faltara un hervor. Este hecho tan insustancial se ha convertido casi en una cuestión de estado y en una división entre los que se adscriben a una corriente o a otra. Incluso hay traslado a ideologías distintas según la opción.

Dios santo. Qué estulticia y qué retrato de país imbécil e idiotizado en el que solo importa la representación y el postureo, una comunidad en la que solo parecen existir el escándalo y la risa floja y en la que la escala de valores anda subvertida y las ideas y la reflexión ni están ni se las espera.

Al trapo han entrado casi todos los medios de comunicación, incluso aquellos que pasan por algo más reflexivos (El País le dedicaba varios comentarios en primera plana). Lo que digo, asunto de primer interés para el país de la gente.

¿De verdad que para tener fiesta es necesario perder la decencia y someterse al poder de la ocurrencia como único valor? ¿Es ese el valor de la Navidad? «Panem et circenses», «Toros, dadnos toros», que pedían los otros. ¿En esto consiste la modernidad? «Qué descansada vida la que huye del mundanal ruido…».

Y así, en realidad, casi todo el año.