martes, 22 de abril de 2025

EL PAPA Y LOS DOGMAS

 

EL PAPA Y LOS DOGMAS

Es una de las noticias que dura algo más que un suspiro. Da para todo, para lo más pensado y para lo más instintivo. Ha muerto el papa Francisco, nada menos que el guía espiritual de una buena parte de la población mundial; por lo menos de nombre, aunque mucho menos en la práctica.

Montones de variables se acumulan para su consideración. Muchas de ellas, demasiadas, se reúnen en esa especie de fan zone en la que a los primeros instintos y sentimientos se les da rienda suelta hasta crear algo que creo haber calificado alguna vez como una especie de botellón místico. Razones que la razón no entiende. Pero sea, que yo no soy quién para decir lo que tiene que sentir y manifestar cada uno. Al fin y al cabo, no hay religión sin misterio, y en el misterio anidan el sentimiento y la fe. Se sucederán escenas de todo tipo alabando y ensalzando al pontífice fallecido y destacando su ejercicio pastoral.

Creo que, en general, este papa le ha dado un sesgo a la imagen cenital de la iglesia de carácter progresista, abriendo ventanas que olían a moso y que necesitaban tomar el sol y asomarse a nuevas maneras de entender el mundo. El contraste con los dos anteriores papas parece evidente. Según pienso, para bien.

Las reacciones, aparte de la cortesía, han mostrado y muestran cómo se ha entendido esta labor por parte de las distintas ideologías y fuerzas políticas. La izquierda se ha sentido un poco más identificada que la derecha con la manera de dirigir esta nave inmensa que es la iglesia por parte de Francisco.

Pero una cosa es abrir las ventanas y otra distinta es que corra el aire. Los más entendidos (y los menos) destacan que no ha movido ni un dedo en lo que se refiere a la doctrina central y al dogma de la iglesia. O sea, que le hemos cambiado el vestido a la criatura, pero la hemos dejado con el mismo cuerpo.

Y es que «con la iglesia hemos topado»; en el sentido físico que le daba Cervantes en su Quijote, y en el mental de la doctrina. Veamos.

Toda religión se apoya en una serie de dogmas. Por definición, estos dogmas son verdades y principios intocables. Si se modifican, esa religión o cambia de bases o deja de ser esa religión para convertirse en otra totalmente distinta. ¿Cómo superar tal dilema? Solo le queda tratar de simular actualizaciones que, por la vía de la práctica, hagan que el dogma duerma o se aletargue. Como los intérpretes del dogma son los representantes de esa religión (los obispos y sacerdotes), entonces lo que queda es una lucha por esa interpretación y una división en el seno de la iglesia, que se manifiesta en las disputas continuas entre las diversas tendencias. Unos acudirán al dogma literal y otros defenderán su pretendida actualización. Se verá de nuevo en el próximo cónclave. Para ponerle más dificultades al asunto, recuérdese que se trata de textos que se proclaman revelados por la divinidad. A ver quién tiene narices para cuestionarlos. Y menos mal que en la religión católica al menos se alzan voces pidiendo alguna actualización e interpretación, que en otras religiones ni eso parece permitirse.

O sea, que, además de toda la parafernalia de la muerte de un papa y de ese botellón místico que se organiza a su alrededor, la existencia del dogma y la dificultad casi imposible de cuestionarlo y hasta de reformarlo sigue goteando, como si del  mito griego de Sísifo se tratara, del dinosaurio perenne del cuento o de la gota malaya.

Y ahí estamos.

Por lo demás, que el papa Francisco descanse en paz y ojalá que sus sucesores imiten su camino y sigan abriendo ventanas a la razón y a la normalidad. Al menos hasta donde sea posible, que nada será fácil en asuntos religiosos.

El misterio es consustancial a cualquier religión. Que al menos esa parte misteriosa no termine por anular la capacidad humana, su poder de progresar y sus ansias de justicia.

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