ARGUMENTOS
DE AUTORIDAD
En su obra Conocimiento
y libertad, el lingüista y filósofo norteamericano Noam Chomsky reproduce
unas palabras de otro gigante del pensamiento moderno: Bertrand Russell. Son
estas: «Aquellos cuyas vidas son fecundas para ellos mismos, para sus amigos o
para el mundo están inspirados por la esperanza y sostenidos por la alegría:
ellos perciben con su imaginación las cosas posibles y la manera de ponerlas en
práctica. En sus relaciones privadas no sienten ansiedad por temor a perder el
afecto y el respeto de que gozan: tratan de dar libremente su afecto y su
respeto, y la recompensa les viene por sí misma sin buscarla. En su trabajo no
les inquieta la envidia por sus competidores, sino que se preocupan sin más de
la tarea que hay que realizar. En política no consumen su tiempo y su pasión
defendiendo privilegios injustos de su clase o nación, sino que aspiran a hacer
que el mundo en su conjunto sea más feliz, menos cruel, con menos conflictos
entre ambiciones rivales y con un mayor número de seres humanos cuyo
crecimiento no se vea empequeñecido y paralizado por la opresión».
Esperanza, alegría, imaginación, afecto, respeto, no
envidia, superación del interés personal y aspiración al bien común, libertad.
Todo un esquema de vida que podría hasta sonar voluntarista y falto de realidad
dura e inmediata.
Pero las metas no se alcanzan si no se marcan en el
mapa, si no se organizan los caminos para llegar hasta ellas, si no se prende
la ilusión de ponerse en marcha. Las palabras reproducidas no son ocurrencia de
un ilusionista ni de un indocumentado, pues ni Chomsky ni Russell lo son
precisamente.
Bajar a ras de tierra y vestirse el traje cotidiano de
la realidad más inmediata resulta algo más complicado pues el contraste es muy
grande. Y no solo en los ambientes políticos, en los que hoy reinan el insulto
y la polarización, el enfrentamiento como método y la reducción del horizonte a
un deseo inmediato de rebajar la realidad al bulo y a la apariencia de que el
contrario ha sido pillado en renuncio y ridiculizado. También lo es en casi
todos los ambientes sociales, con ese individualismo tan feroz como ridículo en
el que reina el que mejor maneja o posee los medios para aparentar más y mejor.
Con frecuencia acudo a estos argumentos de autoridad
en mis páginas, tal vez como escudo salvador para que no se me agoten los
ánimos y conserve algún resto de esperanza en la mejora de mí mismo, de la
comunidad y de cada uno de los individuos que la componen.
Contrastan estos pobres ánimos con la certeza de que
existe mucha gente con conciencia positiva y con visión comunitaria. Pero la
veo tambalearse como me veo a mí mismo con altibajos constantes.
Ahora mismo -solo a título de ejemplo- gobiernan los
países más poderosos del mundo (America first) unos tipos que se muestran sin
ningún pudor como dueños personales de decisiones que afectan a toda la
comunidad en general. Y exhiben sus proclamas como si fueran caprichos de quita
y pon, que sirven por la mañana pero que nadie sabe si durarán hasta la tarde.
Todo ello sin ningún razonamiento ni consideración. De este modo, ¿cómo se
puede acceder a la interpretación del mundo y a su posible transformación?
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