LUZ
La
sucesión de tiempos desdibuja
el tiempo
de la luz, que es permanencia.
Levita
sobre el peso de las cosas
un empuje
diáfano y celeste,
ajeno del
plural y de las normas,
que invita
a cada instante a no pensarse
como
hecho abandonado y olvidado,
empobrecido
y solo, sin la fuerza
de lo que
aspira a ser siempre lo mismo,
a superar
el tiempo y el espacio.
El hecho individual
se viste de palabra,
se torna
singular y se limita,
y ya
pierde el afán de ser eterno,
no sabe
que a su lado viven otros
sucesos
traspasados por la luz
que es la
que purifica y hace a todos
partícipes
de un mundo
más alto
y permanente.
Cuando el
tiempo se expande y aniquila
las
reglas de los límites del tiempo
para
quedarse puro y transparente,
solo
espacio de luz, fuego que arde,
todo es
un solo espacio, un solo tiempo
con
esencia de luz que ciega y mata
con sus
límites últimos fijados
en otra
realidad que es más propicia
para los
gozos del conocimiento.
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