Porque, en realidad, esto del
conocimiento verdadero y, por ello, de la interpretación más correcta, es un
enigma y un misterio que aguardan ser descubiertos del todo para ponerlos al
sol y entenderlos de una vez, para usarlos con corrección y sin misterio.
¿Cómo puedo yo acceder a la
mente de otra persona y conocer realmente la experiencia que en ella se está
produciendo? Ante un mismo hecho, las aproximaciones probablemente sean
distintas y las impresiones diferentes. No se me alcanza cómo se puede actuar,
intercambiar y comunicar con los demás si no es con la consciencia de esas
limitaciones y de esas diferencias de percepción e incluso de análisis.
La dificultad se plantea
incluso sin llegar a la interpretación. Ya desde la descripción del concepto de
“mente”, uno queda perplejo y asustado. Porque, ¿qué es eso de la mente? Tal
vez hoy casi todos identificaríamos mente con cerebro, pero esto, ni ha sido
así siempre, ni lo es del todo en nuestros días. Los pensadores llamados
dualistas sostienen que la mente es una sustancia por sí misma, que existe y
actúa como un ente independiente de cualquier cuerpo físico. La mente para
ellos se identificaría con lo que tradicionalmente se ha llamado alma. O sea,
en forma esquemática, eso del cuerpo y del alma, de la vida eterna y de la
separación del alma del cuerpo… En el otro lado están los pensadores materialistas,
que defienden la existencia de una sola sustancia: la materia; incluso llegan a
negar que la mente, como sinónimo de alma, exista: todo se reduce a materia y a
la interacción y reacciones de esa materia.
Sea como sea la concepción,
enseguida habrá que plantearse la interacción, o bien de los elementos materiales,
o bien del alma con la materia física. Todo avance del conocimiento parece que
nos acerca más a la concepción materialista y a empequeñecer la visión dualista
de alma y cuerpo. Pero, aun siendo esto así, y comprobando cómo se le caen
hojas continuamente a los libros de las almas y de las religiones tradicionales,
no todo queda resuelto. Ahí siguen insistiendo las sensaciones, las ilusiones y
una ingente cantidad de sentimientos, que se muestran reacios a dejarse cuadricular
con las leyes de la mecánica, de la química y hasta de la física más pura.
Las mejores aproximaciones actuales
al concepto y a la realidad de la mente acaso se hallen en todas esas máquinas
que concretan matemática y electrónicamente leyes que, en aparatos de todo
tipo, recrean algo parecido a la mente y a la inteligencia humanas. Es verdad
que, de momento, esas máquinas no sienten ni padecen, no sintetizan ni expresan
placer ni dolor, esos sentimientos elementales que caracterizan la vida del ser
humano. Nadie sabe cuánto tiempo pasará para que esto se produzca ni si se podrá
conseguir algún día.
Entretanto, nosotros seguimos
en medio del misterio y del anonadamiento, en una especie de miedo por una
parte y de admiración por otra ,al observar que, cada día con más velocidad,
nos damos de bruces con máquinas que parecen tener entre su materia de silicio
o de hierro algún lugar escondido desde el que las reacciones se asemejan a las
de la mente humana, no sé si muy humanas, pero a veces más comprensibles y
menos extrañas, más sencillas y menos rebuscadas, más basadas en elementales combinaciones
de unos y ceros que en retorcimientos y en egoísmos que no hay humano que los
entienda para poner un poco de orden y de sosiego en las relaciones de diario,
en ese discurrir de la vida en la que todos nos empeñamos un poco en hacernos
la vida más difícil y compleja que la de las máquinas. Tal vez porque nuestra
mente sea una máquina muy poderosa o tal vez porque ande un poco obsoleta por
no llevarla al taller de la buena voluntad y del sentido común.
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