LA MEMORIA DE TROYA
Es tan grande el rencor que se
concita
en el duro interior de tus
murallas,
que ni los dioses pueden hacer
pausa
en esa guerra eterna de los
pueblos
que habitan en las costas
del mar de los misterios,
junto a Troya…
Allí Aquiles y Héctor en el
campo
de batalla se ofrecen a la
muerte,
las lanzas dieron causa a que
las olas
se tiñeran de sangre y que los
vientos
bramaran con su voz hasta el
Olimpo.
Todo fue en Troya noche y
destrucción,
todo se derribó y se hizo
ruina.
Solo permaneció sin apagarse
la llama del amor, la complacencia
en la serena luz de la belleza
que hasta sus costas
transportara Helena,
de dorados cabellos y
ojizarca.
La belleza miraba por sus ojos
y la ciudad fue un templo
donde habitó la fuerza de lo
bello
por encima de todas las
batallas.
De Troya la memoria no es
Ulises,
tampoco Agamenón, el rey de
reyes;
es la fuerza infinita de los
ojos de Helena,
la belleza que no admite que
nadie
profane su fulgor y su
potencia.
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