NO ES UN REY, ES LA MONARQUÍA
El rey emérito, ese binomio que no
sé cómo se pude conjugar pues se compone de dos términos que se desconocen y
que hasta se repelen, ha regresado a España después de dos años de exilio,
mitad voluntario, mitad obligado, en Abu Dabi. Y lo ha hecho sin ningún signo
de arrepentimiento después de todo el reguero de falta de moralidad que ha
dejado detrás: deudas sin pagar, actuaciones inmorales sin pudor ninguno y una
total falta de ejemplo para todos los ciudadanos. Para rematar la faena, se
viene en avión privado y a regatear en el mar, con un grupo de amigos
ricachones. Una penita.
Del otro lado, la prensa y la
opinión parecen poner el foco solo en la falta de moralidad, sin ir más allá
para tratar de encontrar las causas de todo este desaguisado. Y, para colmo,
todo ese mundo que se llama ‘del corazón’ se empeña solo en sonsacarle al
monarca si sube o baja bien las escaleras y si le va a dar o no un abrazo a su
hijo.
¿No es este un buen momento para
plantearse, serenamente y sin aspavientos, si tiene algún sentido la monarquía
como forma de gobierno, más allá de si el que ejerce el cargo lo hace un poco
mejor o algo peor? ¿Y por qué no separar este asunto de la privacidad de cada
persona, también la del rey?
Que haga con su vida lo que le
parezca bien, que se vea con su familia y se cuenten las penas y las alegrías,
que sea, en fin, un ciudadano más, con sus carencias y con sus virtudes. Y que,
a la vez, responda como uno más, con las mismas obligaciones y con los mismos
derechos.
¿O no se puede pensar que cualquier
poder, si se alarga en el tiempo, tiende a que el que lo detente se corrompa?
¿Hay algo que, por definición, se alargue más en el tiempo que una monarquía?
¿Qué podemos esperar, entonces? La monarquía, como concepto y en el siglo
veintiuno no tiene un pase mental. ¿Por
qué seguir manteniendo una institución como esa? ¿Cui prodest su continuidad? En la sociología que se ha visto
vitorear al monarca tal vez esté la explicación. Pero tratar de modificar esto
desde el papel cuché es como sembrar cotufas en el golfo o regar el jardín
cuando más crece la cizaña. Y lo mismo si todo se nos va en voces e improperios
por la otra esquina del tablero.
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