LA
VELOCIDAD Y EL TOCINO
El mundo de la creación es tan frágil e impreciso, que
ponerle normas resulta casi imposible. Desde los presupuestos de la razón, para
más desconcierto, se suele dar por bueno dejar ese espacio al amparo del
creador y de su inspiración; de esa manera, parece que lo nuevo y más digno de
admiración han de aparecer con más fuerza. Con este par de premisas y en este
contexto, todo termina por convertirse en un suelo resbaladizo, cuando no
pantanoso y sin base sólida en la que reconocer el grado de bondad o de maldad
de la obra creada.
Pero no ajustar algún tipo de límite trae como
consecuencia que no sepamos definir ni concretar el valor de la obra creada y
estemos al albur de otras variables que dependen de intereses espurios y no
siempre confesables. Hasta tal punto, que se puede estar tentado a tomarse
todo este mundillo con muchas reticencias, cuando no a descreer totalmente de
él.
Mi criterio lima los extremos y concluye que es tan
despreciable la innovación por la innovación como la conservación por la
conservación. Ya sé que corro el peligro de la equidistancia, que tanto me
molesta; pero no puedo confesar otra cosa. Reconozco que cada día me siento más
cerca del grupo de los que rechazan buena parte de las creaciones modernas,
sobre todo en pintura, que de aquellos que admiran cualquier elemento novedoso.
Hace un par de días contemplé una recreación en TV5 en
la que se mostraba un cuadro formado por un plátano (supongo que de plástico,
pues el natural se corrompería a los pocos días) pegado con papel de cello en
un fondo de algún material escasamente sólido. Se había subastado y se había
vendido por una suma enorme en miles de euros. Juro que no me invento nada. Y
así otros ejemplos similares (caramelos en un cuenco, un guante arrugado…), todos adquiridos por
miles de euros.
¿Qué simbolismo se puede vender con estos elementos?
¿Saben estos “novísimos creadores” qué es un símbolo? ¿Cómo se puede ser tan
imbécil? ¿Cuánta gente se esconde tras estas pantomimas? ¿Por qué banalizar y
destruir en ocurrencias sin ninguna altura mental el valor de la belleza?
Como sucede con tantos otros apartados en la vida
actual, lo peor no es que existan tontos que se crean cualquier cosa; mucho
peor es que existan legiones de seguidores de todas estas nimiedades y
vulgaridades. Terminamos creando tendencias y modas, cambiando el canon e
introduciendo en él variables que en nada adelantan el concepto y la creación
de belleza. Y, para rematar, lo trasladamos a las modas, a la convivencia y a la sociedad.
Los plátanos están bien en las fruterías y en la cesta
de la compra, para comernos uno de vez en cuando. Y los caramelos son buenos
para chuparlos o para regalárselos a los niños. Pero, por dios, no insulten al
sentido común y no sean tan vulgares y analfabetos. Que una cosa es el arte povero
y otra la estupidez y el disparate.
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