lunes, 10 de abril de 2023

RECUENTO

 RECUENTO

Con el fondo de los tambores y las risas (estas siempre primaverales) de mis nietos, se ha ido la Semana Santa. Hoy de nuevo vuelvo a la dulce salmodia de la costumbre.

Abro las puertas a la memoria de estos días y se me acumulan las imágenes.

Asistí a un concierto sacro en el que un coro de voces afinadas realizó un repaso de los hechos bíblicos más importantes recogidos en la historia de la música por algunos de los principales compositores. El director, Samuel Maíllo, buen conocedor de ese mundo musical, adobó las interpretaciones con comentarios casi solo descriptivos de lo que venían a decir las composiciones. Esa interpretación nos da como resultado de nuevo una visión negativa, oscura y de castigo de la religión que se quiere mostrar. Como si uno no tuviera ya bastante con los achuchones que le da la vida para que vengan asustando a cada momento.

Tan solo he acudido a ver una procesión, la de Viernes Santo. En ella se junta un buen número de pasos que, en conjunto, vienen a mostrar también tristeza, dolor, castigo y patetismo. Es un acto muy concurrido, lo que debe de significar que esta manera de ver las cosas les llena la conciencia a muchos. Al lado de los pasos procesionales, se añaden las autoridades civiles, policiales y militares. Pero ¿qué hacen ahí? ¿No se dan cuenta de que así lo único que pueden causar es un rechazo en cualquiera que razone un poco? ¿No pueden asistir como fieles y dejar sus cargos en casa? Y todavía los civiles, que ya es decir; pero ¿y los policiales y militares? ¿Qué hacen, escoltan, prenden, defienden, se rinden ante el Cristo? ¿Pero a estas alturas no sabemos distinguir las devociones religiosas -y, por ello, particulares- de las civiles, que son las que afectan a todos los ciudadanos? Mi corto raciocinio no da para entenderlo.

He releído el Evangelio de Juan, el de más hondo calado formal y doctrinal. Cada año releo al menos uno. Me gustaría conocer el resultado de una encuesta en la que se respondiera a la pregunta de cuántos han ido a la procesión y cuántos se han parado a pensar con la lectura de algún texto sagrado. Tal vez no hace falta ni realizar la encuesta.

He contemplado con estupor en televisión una procesión llamada de la Carrerita. Se celebra en un pueblo de Extremadura. La sustancia de la procesión consiste en correr lo más rápidamente posible con los pasos de la Virgen y de un Resucitado para su encuentro. La espera para esa corta carrera con los pasos a cuestas puede ser de una hora larga. Pues todo parece merecer la pena con tal de ver correr esos metros. ¿No es esto pura superstición? ¿Qué meollo tiene esto que supere un razonamiento elemental? Hechos de este tipo llenan la geografía de este país durante toda esta semana. Ya me dirán.

En una procesión bejarana, una señora se ha arrancado a cantar lo que ella cree que es una saeta. Se trata de la composición de Antonio Machado que popularizó Serrat y que va precedida de la letra de una saeta popular. Ella no cantó esa letra sino el texto creado por Machado. La saeta suspira simbólicamente por una escalera para retirar los clavos al Nazareno, es decir, para ensalzar la gloria y no el sufrimiento. Y el texto del poeta repite machaconamente el mismo deseo e idéntico rechazo: «¡Oh, no eres tú mi cantar, / no puedo cantar ni quiero / a ese Jesús del madero, / sino al que anduvo en el mar!». Es decir, lo que se quiere cantar es el poder y la gloria de la resurrección, no el sufrimiento de la muerte; o sea, se aspira a una visión religiosa positiva y gozosa, no del miedo y del castigo, no de la muerte sino de la vida. ¡¡Y la buena mujer lo cantaba a voz en grito -y con una afinación un poco imprecisa- ante la imagen de un crucificado!! Esta es carne de encuesta

He visto también imágenes televisivas del final de las procesiones de las Esperanzas (Macarena y de Triana). Y en ellas he contemplado, a través de los numerosos primeros planos, la belleza escultórica, he olido casi el perfume del incienso y de los pétalos, he llegado a intuir el azahar de los naranjos y hasta he llegado a comprender que se cree un ambiente primaveral lleno de vida con la música, el sol, el perfume, las canciones, la pasión descontrolada… La liturgia. La primavera. La vida.

Esa es la resurrección, la llegada de la vida en el resurgir de la naturaleza, el sentimiento de que todo vuelve renovarse y de que todos debemos estar agradecidos por ello. Todas las fiestas de los próximos días y semanas no harán otra cosa que repetir esta idea.

Bien venida, primavera; bien venida al mes de abril. Esta es la resurrección de todos. También la de los creyentes. A esa procesión deberíamos apuntarnos todos como cofrades. Vale.

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