RECUENTO
Con el fondo de los tambores y las risas
(estas siempre primaverales) de mis nietos, se ha ido la Semana Santa. Hoy de
nuevo vuelvo a la dulce salmodia de la costumbre.
Abro las puertas a la memoria de estos días y
se me acumulan las imágenes.
Asistí a un concierto sacro en el que un coro
de voces afinadas realizó un repaso de los hechos bíblicos más importantes
recogidos en la historia de la música por algunos de los principales
compositores. El director, Samuel Maíllo, buen conocedor de ese mundo musical,
adobó las interpretaciones con comentarios casi solo descriptivos de lo que venían
a decir las composiciones. Esa interpretación nos da como resultado de nuevo
una visión negativa, oscura y de castigo de la religión que se quiere mostrar.
Como si uno no tuviera ya bastante con los achuchones que le da la vida para
que vengan asustando a cada momento.
Tan solo he acudido a ver una procesión, la de
Viernes Santo. En ella se junta un buen número de pasos que, en conjunto,
vienen a mostrar también tristeza, dolor, castigo y patetismo. Es un acto muy
concurrido, lo que debe de significar que esta manera de ver las cosas les
llena la conciencia a muchos. Al lado de los pasos procesionales, se añaden las
autoridades civiles, policiales y militares. Pero ¿qué hacen ahí? ¿No se dan
cuenta de que así lo único que pueden causar es un rechazo en cualquiera que razone
un poco? ¿No pueden asistir como fieles y dejar sus cargos en casa? Y todavía
los civiles, que ya es decir; pero ¿y los policiales y militares? ¿Qué hacen,
escoltan, prenden, defienden, se rinden ante el Cristo? ¿Pero a estas alturas
no sabemos distinguir las devociones religiosas -y, por ello, particulares- de
las civiles, que son las que afectan a todos los ciudadanos? Mi corto
raciocinio no da para entenderlo.
He releído el Evangelio de Juan, el de más
hondo calado formal y doctrinal. Cada año releo al menos uno. Me gustaría
conocer el resultado de una encuesta en la que se respondiera a la pregunta de
cuántos han ido a la procesión y cuántos se han parado a pensar con la lectura
de algún texto sagrado. Tal vez no hace falta ni realizar la encuesta.
He contemplado con estupor en televisión una
procesión llamada de la Carrerita. Se celebra en un pueblo de Extremadura. La
sustancia de la procesión consiste en correr lo más rápidamente posible con los
pasos de la Virgen y de un Resucitado para su encuentro. La espera para esa
corta carrera con los pasos a cuestas puede ser de una hora larga. Pues todo
parece merecer la pena con tal de ver correr esos metros. ¿No es esto pura
superstición? ¿Qué meollo tiene esto que supere un razonamiento elemental?
Hechos de este tipo llenan la geografía de este país durante toda esta semana.
Ya me dirán.
En una procesión bejarana, una señora se ha
arrancado a cantar lo que ella cree que es una saeta. Se trata de la composición
de Antonio Machado que popularizó Serrat y que va precedida de la letra de una
saeta popular. Ella no cantó esa letra sino el texto creado por Machado. La
saeta suspira simbólicamente por una escalera para retirar los clavos al Nazareno,
es decir, para ensalzar la gloria y no el sufrimiento. Y el texto del poeta
repite machaconamente el mismo deseo e idéntico rechazo: «¡Oh, no eres tú mi
cantar, / no puedo cantar ni quiero / a ese Jesús del madero, / sino al que
anduvo en el mar!». Es decir, lo que se quiere cantar es el poder y la gloria
de la resurrección, no el sufrimiento de la muerte; o sea, se aspira a una
visión religiosa positiva y gozosa, no del miedo y del castigo, no de la muerte
sino de la vida. ¡¡Y la buena mujer lo cantaba a voz en grito -y con una afinación
un poco imprecisa- ante la imagen de un crucificado!! Esta es carne de encuesta
He visto también imágenes televisivas del
final de las procesiones de las Esperanzas (Macarena y de Triana). Y en ellas
he contemplado, a través de los numerosos primeros planos, la belleza
escultórica, he olido casi el perfume del incienso y de los pétalos, he llegado
a intuir el azahar de los naranjos y hasta he llegado a comprender que se cree
un ambiente primaveral lleno de vida con la música, el sol, el perfume, las
canciones, la pasión descontrolada… La liturgia. La primavera. La vida.
Esa es la resurrección, la llegada de la vida
en el resurgir de la naturaleza, el sentimiento de que todo vuelve renovarse y
de que todos debemos estar agradecidos por ello. Todas las fiestas de los próximos
días y semanas no harán otra cosa que repetir esta idea.
Bien venida, primavera; bien venida al mes de
abril. Esta es la resurrección de todos. También la de los creyentes. A esa
procesión deberíamos apuntarnos todos como cofrades. Vale.
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