TWELVE
POINTS
Cantania es un espectáculo musical que se celebra en Ávila y creo que en otras ciudades de España. En él interviene una orquesta de diez músicos profesionales junto a dos cantantes también profesionales y niños, muchos niños, en edad escolar (4º, 5º y 6º de primaria). Ayer, día 17, se celebró una nueva edición. El auditorio de El Lienzo Norte estaba abarrotado de espectadores. Asistí a un espectáculo maravilloso. En el amplio escenario y con solo un ensayo en común -por separado habían trabajado las canciones en cada colegio-, se juntaron casi trecientos niños y niñas. Todos juntos, al lado de la orquesta y de los dos cantantes profesionales fueron tejiendo una historia musical que desarrollaba los perjuicios y los beneficios del marco de los medios audiovisuales, sobre todo de los videojuegos. Por encima de cualquier pequeño desajuste, el conjunto del espectáculo resultó maravilloso y a todos nos enseñó, una vez más, que la educación no tiene por qué ser considerada ni realizada desde la austeridad y la simple obligación, sino desde la alegría en la reflexión. Con elementos tan sencillos como el aprendizaje de algunas canciones y el acompañamiento de la exposición coordinada de papeletas de colores, se puede conseguir, y consiguieron, toda una variada representación. Faltaban algunos detalles: una banda mítica, el líder carismático de no se sabe qué grupo, cientos de miles de vatios de potencia, cambios de luces, vestimentas y desnudos varios..., y alguna gilipollez parecida más; pero, por lo demás, estábamos servidos.
Hurra para ellos, para los profesores y para todos lo que organizan esta
maravillosa locura.
Detrás está el trabajo callado de sus profesores
durante el curso. Nada o casi nada de esto sale a la luz ni es conocido fuera
del contexto más inmediato.
También ayer se celebró el festival de eurovisión. En
España llevábamos enredados en este festival no sé cuántos meses: desde el
Benidorm no sé qué hasta ayer mismo. Y lo que te rondaré, morena. La televisión
pública no ha dejado de dar la murga con cualquier detalle que tuviera que ver
con este asunto. Si el tiempo y el dinero gastado en publicidad hubiera salido
de una empresa privada, no creo que hubiera sobrevivido, sino que habría muerto
de inanición y de miseria. Con dinero de todos los españoles, claro. El
resultado viene siendo el mismo de todos los años, o sea, desastroso. Y, erre
que erre, seguimos insistiendo en el mismo empeño.
Cuando llegué a casa desde Ávila, cené algo y me quedé
dormido en el sillón. Los resultados los he conocido esta mañana en algún
medio. Me trae al fresco todo este proceso medio místico que se forma cada año.
No tengo nada que reprochar ni que comentar de los
cantantes, ni a favor ni en contra. Cada cual sabrá en qué debe gastar sus
energías y qué caminos tiene que abrir en su vida. Me duele, y mucho, la que
creo banalización de casi todo lo que tiene éxito en esta sociedad, no solo en
la música, aunque de manera muy acusada en este campo. ¿Cuánto se nos va en
vestidos, o en falta de ellos? ¿Y en la representación y puesta en escena? ¿Por
qué presentamos esto como si de la salvación del mundo se tratara? ¿Cuántos intereses,
no precisamente musicales, se cruzan por el camino? ¿Cómo media sociedad puede
estar pendiente de algo tan insignificante como es un concurso musical? ¿Qué
proporción guarda todo esto con cualquier vida dedicada con honradez en un
trabajo de ayuda a los demás y que exige una preparación intelectual larga y
exigente? ¿Nadie siente vergüenza de todo este espectáculo lunático? Confieso
que no es bueno ni vivir a la contra ni alegrarse de los fracasos de nadie,
pero debo confesar que no siento ningún pesar por el fracaso continuado de
nuestra participación en este asunto de la eurovisión. ¿De verdad que no hay
otras cosas infinitamente más importantes a las que dedicar tiempo, esfuerzo,
razón, publicidad y dinero? Qué vergüenza.
Para fin de fiesta me entero de que TVE quiere
protestar por las votaciones. Se debe de sentir abochornada al comparar el
esfuerzo con el resultado. A ver si aprendemos para la próxima ocasión y no
hacemos una catedral de lo que apenas si llega a ser una humilde ermita. O una
sinfonía con lo que apenas apunta a un simple compás de tres por cuatro. O
menos.
Entre el espectáculo de Cantania, con todos los niños
en el escenario, dándonos una lección de participación y un mensaje ético, y
todo el apocalipsis de eurovisión, me quedo con lo de los niños. Solo pensar en
cualquier comparación me duele y me pone de los nervios.
Y sospecho que no es mucho mejor lo que sucede en
otros países.
Eurovisión, one point. Cantania, twelve points.
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