2012-09-20 HOY TAMBIÉN, DESDE MI TERRAZA
Los días se van cuajando de acontecimientos que a veces se apelotonan como niños a la hora de salir al recreo y a veces se escapan solitarios a tomar el sol: los de los últimos días son del primer grupo, los de las semanas y meses próximos sospecho que también.
Se va Esperanza, la esperanza blanca de los que quieren llamarse liberales más conservadores y, desde mi punto de vista más rancios. Se va Carrillo, este para siempre, tras un siglo entero de primera línea lleno de luces y de sombras.
Ambos acontecimientos pueden dar una buena señal de por dónde nos movemos y qué grado de pulcritud, de elegancia o de simple educación marca cada grupo social según se sitúe en una posición o en otra. Me parece que los del grupo de Esperanza se han mostrado infinitamente más faltones, ineducados, burdos, groseros y bastos con el fallecido que los del grupo de Carrillo con la señora Aguirre. Una vez más, y van…
Es fácil suponer que la misma distancia social y política hay desde A a B como desde B a A, de modo que cabría suponer, en contextos normales, unas muestras de respeto y de discrepancia parecidas. No hay tal y a las pruebas me remito. Las pruebas son los comentarios editoriales, los artículos de opinión, las intervenciones en las tertulias, los foros, y todo lo que se vomita por ahí.
Con este nivel de convivencia verbal y mental ya me contarán cómo se puede seguir adelante y cómo se puede fomentar cualquier ilusión común, cómo se puede llamar a la comunidad a participar en aprietos y sacrificios o cómo se pude llegar a compartir cualquier éxito entre todos. Las dos Españas de nuevo, que no se pierden en el horizonte jamás, y la inquina de nuestra intrahistoria que no deja de supurar veneno.
Y, por si fuera poco, las otras Españas de los territorios y de las lenguas, las naciones dentro de las naciones, las comunidades que, por las razones que sean, parece que hacen de la disensión su razón de ser. A este país se le ha ido tradicionalmente la fuerza en intentar arreglar este conflicto de territorios, y anda exhausta, extenuada, consumida, exánime, agotada con tanto dispendio mental y con tanta tensión entre sus miembros. Pienso en qué podría haber sido de esta Península Ibérica si, desde hace tantos siglos, los esfuerzos centrífugos se hubieran tornado empujes centrípetos y de comunidad en igualdad de condiciones. Con solo la mitad de esos esfuerzos habríamos tenido bastante para imaginar otra situación más dinámica e ilusionante. Yo no quiero pensar en grandezas territoriales ni en centralizaciones impositoras. Pienso solo en las personas y en la comunidad, en algunos elementos de ilusión y de representación comunes, en cualquier triste señuelo al que agarrarse en abrazo y sintiéndose seguros y contentos. Tan solo eso, nada más.
No hay forma, los tiempos y los vientos apuntan y suenan de otra manera muy diferente. Y yo también estoy nervioso, cansado, irritado, susceptible y gruñón, como con ganas de tirar la toalla y sencillamente suplicar que me dejen en paz de una vez. Si mi visión de este territorio de los Pirineos para abajo en comunidad y concordia no puede ser, pues que no sea, que no pasa nada, pues son las personas y no los territorios los que me interesan. Pero que sea ya de una vez, por favor. Los noviazgos no pueden ser eternos. Y mucho menos cuando los novios andan a la gresca todo el día.
También en este asunto sería bueno que la cortesía y la educación se impusieran frente a las exageraciones y las salidas de tono. Observaré y deberíamos observar todos si aquí también unos y otros se comportan de la misma manera. No es difícil hacer previsiones.
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