Los primeros días de septiembre sorprenden a muchos estudiantes rezagados entre el sueño y la dura realidad de los exámenes, que tratan de devolverlos al cauce de los cursos, de los compañeros y del sistema en el que andan encuadrados, no sé si por propia voluntad o por simple inercia. Durante los meses de verano han desconectado muchos de ellos de esa relación de tensión con el profesor y con la asignatura en que se les había convertido el curso y solo vuelven a ella por imperativo legal, por la espada que les enseña el sistema y por la obligación familiar a que se ven sometidos.
Es un panorama ciertamente desolador y que me produce desconsuelo. Uno sigue en la atmósfera de la educación en la que ha vivido tantos años y de la que no acaba de desprenderse. Por eso, cualquier cosa que en ese mundo sucede, parece que me sucede directamente. Como, además, estoy seguro de que la riqueza de un país se mide por el nivel en su educación, el desánimo es aún mayor. ¿Cuándo lograremos crear una atmósfera social en la que el alumno esté convencido de que a las instituciones educativas se debe ir a aprender -no a aprobar, que no es más que un apéndice administrativo del riquísimo mundo de la educación- y a educarse, es decir, a ampliar su camino para convertirse en un ciudadano libre, responsable y solidario?
Por desgracia, no creo que sea solo el estudiante el que tenga que cambiar su mentalidad, su actitud y su trabajo. A este campo de tierra quemada y de sálvese quien pueda hemos contribuido todos, aunque espero que unos más que otros. En esta sociedad competitiva, que no competente, hemos anulado todo lo que no contribuya a situarnos en el escalafón del bienestar material y de la fama, somos -qué bien lo describió Marx- una unidad económica y nada más, nos hemos despojado de todas las cualidades propias de la persona y nos hemos deshumanizado hasta convertirnos en animalitos en dura lucha por sobrevivir frente a los otros. Y encima desde la imbecilidad y desde el analfabetismo cultural. Repásese cómo orienta el Gobierno la educación y qué es lo único que le importa y no se obtendrá mucho más que alumnos que aprueben las asignaturas y que controlen mecanismos teóricos que les permitan aprobar exámenes: en algo tan paupérrimo han convertido el eje de la educación. Dese una vuelta por los medios de comunicación y, si se sobrevive en el invento, cuéntese hasta diez, serénese uno y maldiga por no observar más que escala de valores que no superan la estulticia y la más vacía insensatez (sexo, violencia, publicidad para subnormales, famoseo, esquemas de risa fácil e insulsa…), imagínese a los vecinos que comparten con nosotros los espacios y sincérese uno mismo mirándose al espejo. Tal vez los resultados no sean precisamente distintos de los apuntados para los demás componentes de la tribu.
Y aún queda otro elemento fundamental: el profesor. Él es el encargado de dinamizar todo este engranaje, el que mejor conoce los mecanismos que hacen que la máquina camine y funcione. No sé si está en las mejores condiciones sociales y académicas. El asunto es largo de contar y yo no sé resumirlo en unas líneas. Sí parece evidente que el genérico de que en este colectivo también hay gente de todo tipo se cumple claramente. Pero pienso que sus errores son más visibles y graves que los de los demás que participan en el proceso. Si en ellos también rige el esquema del enfrentamiento en lugar del concepto del placer por aprender y la curiosidad por el descubrimiento y no solo por aprobar, están multiplicando hasta el infinito el ambiente devastador y la relación de recelo entre el alumno y la asignatura, están dando un empujón tremendo para que el alumno esté deseando que llegue junio y, si consigue aprobar la asignatura, al día siguiente empiece a sentirla como una valla que tuvo que saltar y de la que no quiere ni volver a oír hablar.
Hace unos días me llegó un ejemplo del ejercicio que se propuso en el examen de la asignatura de Lengua del mes de septiembre, para segundo curso de bachillerato. Se trataba de analizar sintácticamente la siguiente oración: “Ricardo colige de la mucha suciedad incrustada en los engranajes que el escáner ha muerto de una indigestión del corrector con que sazonan los actos que le entregamos, es decir, más envenenado que un emperador romano“.
No entraré en disquisiciones técnicas porque no sé si quien pueda leer esto controla o no los términos en que habría que manifestarse. Tampoco me interesa hacer disquisiciones acerca de si el profesor correspondiente es competente ni si pone empeño o no en el desarrollo de su labor educativa. No tengo por qué dudar de nada de ello. Sí creo que puedo afirmar que el grado de dificultad es claramente desproporcionado y en poco se compadece con el que cabe exigir a los alumnos de este nivel. Y considero probable y hasta casi seguro que muchos de los alumnos que se enfrenten a situaciones de este tipo sentirán un alivio notable el día en el que vean superada esa asignatura con el aprobado en el papelito, asignatura y conocimientos de los que acaso nunca más quieran volver a tener noticia. O sea, que se habría hecho un pan como unas tortas. No sé ni quién controla esto ni a quién se le piden responsabilidades. Sospecho que los ejemplos se repiten con demasiada frecuencia. Lo peor, con mucho, son las consecuencias que provocan. Pues eso, coño, pues eso.
4 comentarios:
Hay mucho "profe", que no "Maestro", con una desmesurada tendencia a transitar por anfractuosos senderos que conducen a nada. Así nos va.
Que retorcido (más que la caliga de un legionario), con lo fácil que es decir: "la fotocopiadora no funciona porque está muy sucia".
La antepenúltima palabra de este artículo es un taco.
Me recuerda a un examen, también de Septiembre, pero en este caso de Matemáticas de 3º de BUP (¿qué es eso del BUP? dirá alguno).
Solo había una pregunta, solo una, la hacías bien por completo o no había manera de pasar. Era una función, a la que había que sacarle la correspondiente gráfica y hallar máximos, mínimos, inflexiones y demás... Y era muy difícil, en clase no habíamos resuelto nunca algo de tal dificultad aunque, eso sí, en otro examen a finales de curso también cayó algo parecido que casi nadie supo hacer, suspenso casi general. No podíamos pensar que algo así volviera a salir, no son normales para ese nivel de 3º BUP, pero salió y en un examen de Septiembre.
Las Matemáticas quedaron para el año siguiente cuando un profesor mucho mejor y con menos mala idea, nos hizo un examen en condiciones, y no digo que fuera fácil, sino adaptado al nivel del curso.
Me gustaban las Matemáticas hasta aquel examen. Pasaron tres años hasta que me volvieron a gustar y hoy me encantan. Es más, hoy trabajo en algo para lo que las necesitas bastante.
Pero hay veces que te cruzas con alguien que te las hace odiar. Y quien me hizo volver a cogerles el gusto es uno de los profesores más duros en la materia que me hayan dado Matemáticas. Quien me suspendió aquel Septiembre era, supuestamente, una "perita en dulce" con la que era fácil aprobar.
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