miércoles, 27 de mayo de 2015

EVOHÉ


Deseo huir a marchas forzadas (magnis itineribus) del lodazal de los anónimos en los periódicos y de los desahogos generales que no vienen a cuento por parte de desconocidos que parecían estar esperando la más mínima ocasión para echar fango generalista. A su lado aparecen opiniones de algún desorientado que, carente absolutamente de datos, arregla el mundo en dos patadas y se queda tan ancho y satisfecho. Muy complicado todo para mí. Me resisto a entrar al trapo y, además, juro que pienso en lo que dicen, a pesar de todo, y me salen resultados que -me digo- no pueden ser del todo verdad porque son muy pobres, y yo también seguramente tendré algo que aprender y que cambiar. Pero juro que no lo veo. Todo ello me pone de mal humor y me disgusta.
En esta huida me he encontrado con las páginas de Ovidio en su “Arte de amar”. Se trata de una relectura, pues ya había caído bajo mis ojos hace algunos años. Es, sin duda, un referente clásico para lo que describe el título, el Arte de Amar.
Si tratáramos de definir qué es eso de Arte y qué es eso de Amar, tal vez andaríamos un poco más avisados. El autor se mueve en el nivel de los artificios y de las tretas para conseguir sencillamente la conquista física del género opuesto. Que nadie vaya a las páginas a buscar elementos ideales, ni de felicidad ni de concordia filosófica. Se trata de conquista sexual pura y dura.
Después de dos mil años, todo parece infantil y hasta un poco de novela rosa de Telecinco, e incluso se podría decir que el libro no tiene más alcance que el del pasarratos. Y, sin embargo, el libro sigue siendo referente universal. ¿Por qué? Causalidad múltiple: moda, inercia literaria, papanatismo…, y tal vez que los medios y las tretas no han cambiado precisamente mucho en dos milenios.
Hay algo que a mí me llama poderosamente la atención, muy por encima de cualquier otra consideración. Se trata de la función que, en asuntos de amor, se le asigna al hombre y a la mujer. Y me apena que el género femenino sea en Ovidio sencillamente un objeto de conquista, una torre que hay que asaltar (“el arte de amar es una milicia”, dice literalmente alguna vez) y que, una vez asaltada, abre sus puertas y se rinde sin ninguna condición. El hombre es el activo y la mujer el objeto pasivo que nunca puede tomar iniciativa, como ser inferior y solamente receptivo. Todo el libro no es más que una suma de consejos para que el hombre actúe con éxito y para que la mujer se preste de mejor manera a esa conquista.
Cada hecho hay que explicarlo en su contexto pero me pregunto hasta qué punto no se sigue repitiendo el esquema en nuestros días. Y me pregunto con mucha tristeza hasta qué tanto por ciento asciende el número de mujeres que se presta a este esquema y se deja llevar en esta función pasiva y hasta degradante, contribuyendo así a que se perpetúe en su perjuicio y en su falta de valoración. La moda, el cine, las costumbres…, casi todo muestra la complacencia de muchas mujeres en ese rol pasivo y de ser seductor pero objeto de conquista.
La vida no es más que una suma de relaciones. Desarrollarlas en plano de desigualdad crea un ambiente desigual y desequilibrado. Si el que ejerce de sometido y de esclavo no solo no se subleva sino que se muestra agradecido, no sé qué posibilidades quedan de que la escala de valores se invierta.

De este modo, el libro de Ovidio, como el del Arcipreste de Hita y otros, puede resultar ingenioso, pero dibuja un panorama desolador y de desigualdades intolerables. Cada cual sabrá cuál es su función.

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