jueves, 28 de mayo de 2015

LAS PALABRAS DE SÓCRATES


La historia de la filosofía se suele enseñar según períodos que van marcando diferencias y rumbos distintos a partir de lo que antes se ha concebido y expresado racionalmente. La primera división clásica es la de los filósofos presocráticos y la de Sócrates y toda la legión de sus seguidores. Sócrates marcó un cambio de rumbo que, de manera muy resumida, empujaba al ser humano a dejar de mirar antes a los elementos naturales que al ser humano y a marcar la flecha de la introspección, del ser humano como valor central, del nosce te ipsum. Hasta entonces era la física, eran los átomos, era el universo, eran Pitágoras, Parménides o Heráclito, eran los sofistas y eran los dioses; después, y ya para siempre, fueron el ser humano y sus posibilidades.
Y todo lo confió a la palabra, al argumento inductivo y a la conclusión inevitable que lanza al que llega a ella, no a una certeza absoluta, sino a un nuevo punto de partida para nuevos caminos y para nuevos descubrimientos. Tal es el método socrático. Y siempre, el muy mamón, desde la palabra hablada: ¡no nos dejó escrita ni una jodida línea! Todo lo conocemos a través de sus discípulos, Platón sobre todo.
Los sofistas también utilizaban la palabra, pero como instrumento para su negocio; sus enseñanzas y conclusiones tenían que aspirar a ser absolutas e indiscutidas: así alcanzaban el prestigio y subían su caché. El camino llegaba a la meta en la conclusión de su razonamiento. Lo de Sócrates era otra cosa, él no daba nada por concluido nunca ni se erigía en campeón de la verdad: la perseguía siempre e invitaba a perseguirla como mejor manera de enriquecer la vida en el razonamiento y en las costumbres. Tal vez por eso no dejó las palabras escritas, como si quisiera decirnos que las persigamos, que las intercambiemos, que las ordenemos y que no las perdamos de vista en nuestro comportamiento vital. La palabra así, bien utilizada, nos sirve para el conocimiento interior y personal, para delimitar nuestras posiciones, nuestras cualidades y nuestros defectos. Y, sobre todo, para situarnos ante los demás. Porque es la palabra el principal instrumento de intercambio, el elemento que nos hace más sociales y más ciudadanos, más habitantes activos de una comunidad y mejores personas. La palabra de Sócrates es la de la reflexión, no la de la certeza absoluta, y mucho menos la de la autoafirmación y la de la exclusión de los demás, pues no busca la eliminación sino la verdad como paraguas en el que refugiarnos todos.
Qué diferencia con otras intenciones tan “modernas” en las que, cuando nos fallan los ánimos, acudimos a libros de autoayuda, que se anuncian como la panacea y la salvación de todos los males con presentación de remedios infalibles en un corto tiempo. Todo sucedáneo, todo placebo, todo mentira, todo engañifa.

Tengo la sensación de que, en estos días, muchos necesitamos mucho más las palabras y el método de Sócrates que los libros y las frases de autoayuda en las que tanto nos refugiamos. Nos implican mucho más y nos hacen protagonistas definitivos, y son mucho más hondas y duraderas. Así que, hoy, un poquito más de Sócrates, vía Platón, y menos libros de autoayuda, vía comentarios insulsos y faltos de reflexión.

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