LEYENDO A HERBERT SPENCER
Las tardes invernales dan
tanto para unas sesiones televisivas monocordes como para la lectura de textos
al calor del radiador. Las primeras ya tienen sus legiones de marujas. Las
segundas se cocinan con un poquito de música de fondo y algo de silencio para
poder pensar.
H. Spencer es un filósofo
del siglo diecinueve, liberalote de los de ahora en sus ideas, sin concesiones
para los sentimientos, que pone guinda a muchas escenas y realidades sociales
tanto de entonces como de ahora.
Yo creo que también en
filosofía, el paso del tiempo modela las ideas y las acentúa o las debilita. La
variable, por ejemplo, del número de personas en las que se pueden aplicar esas
ideas es tan cambiante -siempre hacia el aumento-, que no sé si el mismo
Spencer no suavizaría sus propias palabras.
En todo caso, resulta muy
agradable dialogar mentalmente con él, con su franqueza y con su manera de
entender el mundo. Y siempre en busca de la felicidad y el bien común, que para
él es la felicidad de la suma de individuos uno a uno. Así sí da gusto
confrontar y razonar.
Qué diferencia con lo que
generalmente se ve por estos pagos.
Copio algunas de las
ideas que desgrana Spencer en su obra El
individuo contra el Estado:
.
Toda ley que contribuya a alterar la actividad de los individuos (bien
imponiendo a éstos nuevos obstáculos o restricciones, bien proporcionándoles
auxilio) les afecta de tal modo que su naturaleza se adapta a ella con el
tiempo. Aparte del efecto inmediato, se encuentra el remoto, consistente en la
reforma del carácter dominante; reforma que puede no desearse, pero que, en
cualquier caso, es el resultado más importante que hay que considerar.
.
Hallamos una razón definida para que la voluntad de la mayoría se imponga
dentro de determinados límites y un fundamento suficiente para negar el derecho
de la mayoría, fuera de dichos límites.
.
¿Son válidos siempre los derechos de la comunidad en contra de los
individuales, o tiene el individuo algunos derechos que puedan prevalecer
contra la comunidad?
.
El carácter moral nace tan solo con la distinción entre lo que es permitido
hacer al hombre, al aplicar las actividades necesarias para el sostenimiento de
la vida, y lo que no le es permitido hacer.
.
El pretendido derecho divino de los Parlamentos y el derecho divino de las
mayorías que implica no son otra cosa que verdaderas supersticiones.
.
Estos hechos que deben servir de pauta a todo juicio racional de utilidad, son:
que la vida consiste en el ejercicio de ciertas actividades, por las cuales se
sostiene; y que, siendo necesario que estas actividades se limiten
recíprocamente, entre los hombres reunidos en sociedad, su ejercicio no debe
cohibirse más allá de los límites naturalmente creados; lejos de ello, la función
de los agentes que dirigen la sociedad debe ser el hacer respetar y garantizar
tal ejercicio.
.
Cuando se comience a ver claro que en una nación donde gobierna el pueblo, el
poder es solo un administrador, se verá también indudablemente que este
administrador carece de autoridad propia, habiendo recibido la que tiene de los
que le nombran, que pueden limitarla como cran conveniente. Al propio tiempo se
comprenderá que las leyes no son sagradas en sí mismas, recibiendo
exclusivamente el carácter de tales por la sanción moral, que se deriva a su
vez de las leyes de la vida humana.
Ya se ve de qué pie cojea
este pensador.
Claro que no estoy en
todo de acuerdo, porque no soy capaz de concebir al ser humano aislado en una
realidad de tantos miles de millones como poblamos este pequeño planeta. Sí
coincido radicalmente con Spencer en el carácter de finalidad del proyecto
social, que no debe ser otro que el de conseguir para el ser humano individual
el mayor grado de felicidad. Incluso hasta en las situaciones tan extremas como
el de una pandemia, en la que la actuación del ser humano individual carece de
sentido y muestra todas sus debilidades.
Pero recorrer ese largo
camino dialogando con gente que razona es un paseo siempre sabroso y productivo.
Así, con un poco de aquí
y otro de allí, uno va forjando criterio. Casi siempre para dibujar aristas y
atenuantes en casi todo. Ojalá sirviera también para ser un poco más
comprensivo y algo menos misántropo.
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