miércoles, 11 de agosto de 2021

NIÑO

 

 NIÑO

Echarse a andar, sin nada en la mochila, sin rumbo prefijado y al son del mejor aire. Y, a la puerta de casa, dejar que se convoquen las palabras, que se sientan en ecos y decidan venir a conocerse, a unirse y a decirse. Porque, al decirse ellas, dirán la realidad, la realidad más alta, esa de la que formo parte. Por eso, también me dirán a mí, esencialmente a mí, que las escucho y las recibo, les doy paso en las teclas y las miro contentas de estar entre las líneas.

Ellas luego me llevan por donde mejor quieren; son caprichosas siempre y no se dejan domar por mi cabeza ni por las yemas de mis dedos. Pero yo me contento con verlas cómo surgen de la nada. Escribo, por ejemplo, la palabra NIÑO y noto cómo surge y viene a la superficie, de la nada, una figura próxima, vecina, familiar, hermana, que me recuerda a mí mismo en otros tiempos, De repente, me ha traído hasta mis ojos ese niño que fui y que andaba perdido en el fondo de un ángulo oscuro. Y lo veo y lo contemplo. Le miro las manos, pequeñas y menudas. sin labrar todavía al contacto con los roces y las asperezas de la vida. Luego palpo su cara, esa cara de niño impúber y alisada, con unos ojos que miran asustados todavía por todo lo que ven y que descubren.

 Y sigo refugiado en la palabra niño, sin pasar adelante en la escritura, la mirada y los ojos parados y contentos. Y se me abren de pronto los sentidos, que me llevan a aquellos territorios ya lejanos en los que aprendí los pasos primeros de la vida. Y el contexto se amplía y se hace nítido; se despejan las nubes y queda un día claro para entender las cosas que acaso sucedieron y quedaron para siempre en mi conciencia.

Y allí los otros niños de la infancia, las calles hacia arriba y hacia abajo, tan grandes y pequeñas para mis pocos años; y los cielos tan lejos y tan cerca; y las gentes de un lado para otro, agotando el mundo en las montañas verticales, que guardaban, cual centinelas, al pueblo y sus vecinos; y los ríos corriendo sin descanso hacia sitios sin nombre; y el misterio del día y de la noche; y el monte y los regatos; y el carbón y las cabras corriendo por las calles hasta encontrar sus cuadras…

La magia de la palabra niño ha convocado a su presencia a otras muchas palabras. Es como si las hubiera invitado a una fiesta de celebración. En ella se han conocido y allí han trabado trato y amistad para tejer historias que yo quise contar, pero que dejé en descanso para otro día, contemplando el misterio que contiene la osadía de echarse en busca de cualquier palabra. Para que surja vida, para que la realidad se mantenga en todo tiempo, para que yo persista y no me muera, para embarcarme, alegre y ligero de equipaje, en busca del sentir de las palabras.

Hoy me quedé asombrado en la palabra niño y no pude seguir para construir siquiera una frase. Tal vez porque la historia estaba ya toda dentro de esta simple palabra, de ese impulso vital que precipita la palabra niño. Como cualquier otra palabra.

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