DISFRACES CONSERVADORES
Las sociedades occidentales modernas andan enfrascadas
en continuas escaramuzas entre partidos políticos, en eso que llamamos
elecciones. Es esta vieja España se están celebrando nada menos que tres
elecciones en un solo trimestre. No deberíamos sentir alergia a algo que, al
fin y al cabo, no hace más que depositar en forma de votos las voluntades de
los ciudadanos. Más bien al contrario; si técnicamente fuera posible, habría
que someter a la voluntad de todos los miembros de la comunidad más decisiones
de esas que nos afectan a todos.
Pero a mí me siguen escandalizando muchas de las
formas que en estos días de campaña se vienen utilizando. Cada formación
política tiene su base electoral, que conoce por sociología y por sondeos. Pues
en estos días de exposición no hay ninguno que no aspire a mantener esa
parroquia y a aumentar por ambos lados la misma. ¿Qué hace para ello? Uno
supondría que, fundamentalmente, exponer sus principios ideológicos y concretar
los usos políticos que de ellos aspira a hacer, o sea, un índice de las medidas
fundamentales que aspira a poner en marcha. ¿Es esto lo que se hace? No,
rotundamente no. En las manifestaciones públicas, eso que llamamos mítines,
quien más quien menos se cuida muy mucho de no herir la sensibilidad de los
posibles votantes y emplea casi todos sus esfuerzos en dejar al descubierto los
“males” de los demás y ponerles flores y bondades a los asistentes y a lo que genéricamente
se les propone.
Lo que sucede en realidad es que las formaciones
políticas tienen miedo a equivocarse y a perder cualquier voto de aquellos que
se presuponen suyos. La consecuencia es la ausencia de discursos en los que se
exponga sin tapujos lo que se piensa, aquello que se considere mejor para la
comunidad, caiga bien o mal a los que están escuchando, se ganen o se pierdan
votos con ello. Parece que, en el fondo, en lo que se refiere a esta actitud,
todos los partidos son conservadores, tienen reparos evidentes, cuando no
miedo, a salirse del carril y de lo políticamente correcto. Por ello, bailan la
sardana -o la jota si es el caso- si es preciso, aunque no tengan ni un gramo
de sentido del ritmo, o defienden cualquier cosa en la que no creen con tal de
contentar el impulso emotivo del votante. Hay como una corriente acomodaticia y
pendulona, en lugar de exponer las ideas y los programas con serenidad, pero
sin fingimientos ni medias tintas.
Si esto fuera como aquí se expone, estaríamos en
condiciones de quejarnos de la política en general y de su uso conservador por
parte de todos. Y estaríamos asistiendo a una justificación de casi cualquier
medio con tal de conseguir el fin primero que se persigue: la obtención de
votos; habríamos convertido la democracia en un espectáculo de contar números
solamente, o sea, en una democracia numérica. Excuso decir que este tipo de
democracia resulta muy pobre. Esto ajusta muy bien con aquellos que no tienen
ideas, sino intereses, y justifican cualquier medio. Cada cual sabrá a quién me
refiero.
Imaginemos que un político, o partido, se haya
prestado al disfraz de las formas y a dejarse llevar por lo que pide el momento
emotivo concreto y se aleja de sus ideas. ¿Qué puede pensar si después fracasa?
Y si triunfa, ¿qué le dirá su conciencia?
Ahora imaginemos a aquel que ha expuesto sus ideas en
público, ha dicho sus verdades, aunque con ello no haya satisfecho a los
oyentes y ha triunfado. Difícil, es verdad; pero ¿y si sucede? Miel sobre
hojuelas. Y, si fracasa, ¿qué le dictará su conciencia?
Puestos a elegir…
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