viernes, 24 de mayo de 2024

LLANEZA, MUCHACHO, QUE TODA AFECTACIÓN ES MALA

 

 LLANEZA, QUE TODA AFECTACIÓN ES MALA

Los miércoles suele celebrarse pleno en el Congreso de los Diputados. Allí, los elegidos, los patres conscripti, se reúnen para legislar, se supone que en beneficio de la comunidad. Hay un canal de televisión, llamado Veinticuatro horas, que lo retransmite en directo. Hoy he visto por casualidad un rato lo que allí sucedía. Estos plenos suelen estar dedicados a formular preguntas al Gobierno; por ello se llama a estas sesiones, sesiones de control.

Aseguro que es todo un espectáculo, una representación, un festival barroco o un botellón político.

Según lo aconsejen las circunstancias, los intervinientes son diputados de uno u otro “nivel”, y lo mismo los que les responden: parece que en política se respeta el protocolo hasta en la elección de los actuantes. Cada uno de los preguntantes, sobre todo si son de “segundo nivel”,  sabe que no tiene demasiadas ocasiones de mostrar sus cualidades oratorias y procura aprovechar la más mínima oportunidad. ¿Cómo lo hacen? Imaginemos que tienen un minuto para formular la pregunta (supongo que algún reglamento tendrán que lo determine). Pues de ese minuto dedican cincuenta segundos a lucir su palmito, a expresar genéricos, a poner a caer de un burro al que tiene que responder o al grupo político al que corresponda, a elevar la voz por encima de cualquier tono comprensible y, en definitiva, a dejar claro que el rival no posee más que vicios y carece de cualquier virtud. En los diez últimos segundos formula escuetamente la pregunta.

Si al menos la fundamentación de la pregunta se basara en argumentos que tuvieran que ver con ella, podríamos entender esa distribución de tiempos; pero ya digo que todo se les va en generalidades, en descalificaciones absolutas y en tierra quemada para el adversario.

Hoy lo he comprobado con un parlamentario del grupo de VOX y con otro del PP. El parlamentario de VOX bien parecía que estaba haciendo méritos para escalar en la estimación de su grupo político y parlamentario. Otro tanto hacía el del PP. No digo que no lo repitan otros parlamentarios; reproduzco lo que he visto este mediodía. Este interés desmedido por hacerse notar los lleva a la equivocación y, con perdón, al ridículo.

En el día a día, los que se manejan con la realidad, los que gobiernan y tienen que tomar decisiones, suelen ser más comedidos que los que no tienen esa responsabilidad y solo manejan el nivel de la teoría. Por eso, muchas de las respuestas corren el peligro de moverse entre la compasión o la risa. No debe de resultar sencillo actuar en las respuestas con calma y serenidad; sobre todo si los que preguntan lo hacen con tonos histriónicos y hasta con elementos de falsedad, buscando solo su minuto de gloria, el ascenso en la estimación de su grupo y la presencia en el telediario o en la tertulia de turno.

¿Se imaginan que el tono se volviera jocoso en las respuestas? Hoy, por ejemplo, sin que viniera a cuento, se afirmaba que el paro juvenil en Asturias alcanzaba el treinta y cinco por ciento. Supongo que, por desgracia, será verdad. Esta afirmación nada tenía que ver con lo que se iba a preguntar (asuntos de fiscalidad). ¿Se imaginan que la respuesta se pareciera a algo así como «Uy, y ya verá usted en el próximo trimestre, allí va a arder Troya y no va a haber más que parados mendigando por las calles»? O esta otra respuesta: «Señor bedel, llévele al diputado una aspirina y un vaso de agua, y dentro de diez minutos, cuando se calme y sepa de qué estamos hablando, le responderemos». Sería la sorpresa y el hazmerreír de todo el Congreso, el preguntante quedaría desarmado y tal vez procuraría ser más concreto en la siguiente pregunta.

¿Por qué esa manía de salirse de la normalidad en el tono, en el contenido y en la intención de las preguntas? Al Gobierno hay que controlarlo y atarlo en corto, que el poder tiende a corromper y no hay que relajarse; pero hágase con dignidad y sin festejos y griteríos que echan por tierra cualquier contenido y fin de lo que se les debe exigir a los representantes públicos, desinflan la importancia de lo que se quiere preguntar y todo lo deja en un altercado de barra de bar con unas copas de por medio.

Lo que se dice sirve para todos, claro; hoy por unos y mañana por los otros. Y, por cierto, para el Congreso y para fuera de él: también para el día a día de cada uno de nosotros.

Miraba unos minutos la televisión esta mañana con una mezcla de enfado, de compasión y de risa.

Dentro de pocos días se celebra en España la festividad del Corpus, la fiesta barroca por excelencia, la de más aparato externo y la de más parafernalia. Uno tiende a pensar que el Congreso es una representación continua de un auto sacramental civil, pagano y con un guion muy poco elaborado. Un botellón político. Tal vez como el resto de la vida.

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