ASÍ NO
Leo, en
un artículo de opinión en El País, las siguientes palabras: «El estado
decrépito de la sanidad pública en mi comunidad autónoma y en otros puntos de
España nos habla de una agenda sistemática con la que se persigue desmantelar
el estado del bienestar en su conjunto y devolver a las ya precarizadas clases
medias a su punto de partida: la miseria. Como vengo del futuro, Estados
Unidos, no me resulta difícil proyectar un escenario tan factible como
aterrador en mi tierra». Su autora es Azahara Palomeque. Opiniones semejantes
se pueden oír y leer a diario y casi en cualquier medio; sobre todo, claro,
entre personas que se definen de izquierdas.
A mí, que creo que en lo social tengo un
pensamiento de izquierdas, esto me produce desazón. ¿Por qué? Pues porque con
ello se consigue, me parece, lo contrario de lo que se quiere conseguir. ¿Cómo
es posible pensar que una ideología política «persiga desmantelar el estado del
bienestar en su conjunto y devolver a las ya precarizadas clases medias a su
punto de partida»? Eso no habría que atribuírselo ni al mayor genio del mal
personificado. Por ahí vamos mal, y, de nuevo, nos podemos acercar al cuento de
Juan y el lobo, que tantos males produjo. No, hombre, no; lo que podemos
hacer es disputar y confrontar ideas acerca de cuáles son las mejores (o las
menos malas) políticas en sanidad o en cualquier otro ámbito, con el fin de
conseguir una situación general más o menos beneficiosa. Pero atribuir un
intento premeditado de intentar un mal general para la comunidad… Esto es un
bumerán que se puede volver contra nosotros en cualquier momento.
Acudir a la historia, a las ideas que de un
lado y del otro se han desarrollado, observar la realidad que nos rodea,
indagar en los límites de la razón y de la buena voluntad, presentar escalas de
valores diferentes, definir unas líneas de futuro, describir unas políticas que
concreten esas ideas y esas ideologías y, en fin, plantear unos programas
concretos para desarrollar toda esa batería de pensamientos es lo que debemos
aportar unos y otros. La batalla la debemos dar en la confrontación de las
ideas, no en la anulación absoluta de los demás. Los otros son personas como
nosotros y, de entrada, no podemos pensar que buscan el mal, sino el bien de la
comunidad, lo mismo que nosotros mismos. Lo que nos separa no debería el fin,
sino los medios para conseguirlo.
Después, en el desarrollo de las ideas es donde
hay que defender con energía y serenidad nuestros pensamientos con el fin de
atraer hacia ellos a todos los que, lícitamente, no piensan del mismo modo. Si
alguna pizca de maldad se hubiera instalado en ellos, seguro que, de esa
manera, tendería a esfumarse. Con la demonización absoluta, lo único que
conseguimos es que se reafirmen en sus planteamientos; y así, el enfrentamiento
estará servido.
Sería bueno empezar por comprender que casi
todo en la vida es gris, que los elementos absolutos o no existen o se escapan
a la comprensión del ser humano. Vengamos, pues, a lo relativo y a los
planteamientos positivos e integradores. Nos haremos más fuertes a la larga.
Ya sé que, cuando se acumulan tantos
despropósitos, no es fácil mantener la calma; pero, incluso en esos casos, nos
está negado el rechazo absoluto.
No creo que, ni desde las ideas más distintas a
las mías, exista «una agenda sistemática con la que se persigue desmantelar el
estado del bienestar en su conjunto». Prefiero pensar que no es así, aunque me
instale en la ingenuidad. Desde ella creo que puedo interpelar mejor a aquellos
que, según la autora, se conjuran para conseguirlo.
1 comentario:
Esto que escribes, se llama templanza, y de esta cualidad haría mucha falta en los debates políticos, y serenidad, para poder defender las ideas con argumentos, y no con descalificaciones e insultos
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