DEL SALÓN EN EL ÁNGULO OSCURO
En los muebles dormía, como olvidada,
la neblinosa historia de mi infancia.
Los suelos enlosados, la alhacena
con la loza a la vista y los cacharros
en los que cocinar al fuego de las
brasas,
la badila, las trébedes, el fuelle,
la comida y el pan, siempre encetado,
como base de todo el alimento.
Las alcobas guardaban en tinieblas
las noches y los días, los silencios
el calor, la inocencia y el misterio.
Más arriba, el paisaje era el “sobrao”,
almacén de los humos y despensa
a que acudir con hambre cada día:
el olor y el sabor de la matanza,
colgada en los chorizos, los tocinos,
las patatas, tendidas en el suelo,
como escaso producto de los huertos.
La bodega guardaba la cosecha
del vino y del aceite, y, a su lado,
el calor de las cabras y los cerdos,
fuentes siempre de bienes y alimentos.
Era escueto el recuento de las sillas,
el escabel, los tajos, y la mesa,
donde ofrecer a todos la comida.
El cambio de paisaje, los caminos
que la vida presenta van dejando
todo en el territorio del olvido.
A aquellos viejos muebles tengo unido
el recuerdo de todas las personas
que me amaron en ellos y me dieron
ese
placer que deja la costumbre
y que el paso del tiempo resucita.
Qué escaso el mobiliario de aquello
tiempo,
qué grato este placer de recordarlo.
1 comentario:
El recuerdo es memoria de lo vivido, y la infancia, aunque pueda ser dura siempre es ilusión y esperanza.
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