El
comienzo de la campaña electoral es un buen pretexto para plantearse la
pregunta de si es bueno o malo cambiar de opinión. O, mejor, de si debemos irla
adaptando a los diversos contextos que la vida nos va presentando. No, por
supuesto, por las palabras o promesas que vayan desgranando los candidatos,
sino como consecuencia del cambio continuo en el que la vida está empeñada.
Porque
echar una ojeada a la Historia es como ver anochecer y amanecer en cada período
de tiempo más o menos pequeño; sobre todo en lo que se refiere a la tecnología,
pero no solo en ese terreno. ¿Cuántas de las cosas que hoy damos por normales y
por sabidas eran desconocidas hace tan solo unos años o unos siglos? ¿Qué
conocían las generaciones inmediatamente anteriores acerca de la estructura del
universo, en comparación con lo que sabemos hoy día, por más que siga siendo
poco? ¿Y de los cambios climáticos? ¿Y del organismo humano? ¿Y de las
infecciones? ¿Y de las medidas del tiempo y del espacio? Hay tales diferencias,
que cualquiera se sentiría extraño en su vuelta a la vida. Por si fuera poco,
todo cambia a velocidad creciente: en los últimos años se han producido más
innovaciones que en el resto de la Historia.
Sigo
pensando que hay conceptos abstractos que no se han modificado demasiado desde
la época clásica hasta nosotros: el amor, la tristeza, la envidia, el deseo de
poder… Pero es que el contexto en el que
han de aplicarse es tan diferente…; las costumbres y los medios técnicos son
tan distintos… Se perdieron por el camino los dinosaurios, se pierden muchas
especies, nos perderemos nosotros mismos. Solo se conservan las especies que
muestran mejor eficacia en su adaptación al medio: es pura ley darwiniana de
supervivencia.
¿Justificaría
esto el “cambio de chaqueta política”? Creo que no, que no es lo mismo. Pienso
más en la necesidad de que las ideologías ya existentes se adecuen a la
realidad histórica de cada momento, a las peticiones diferentes que vayan
surgiendo. De otro modo, se van a quedar anticuadas y faltas de atractivo para
los ciudadanos.
No
me parece sencillo el cambio de opinión si este supone un cambio radical de
tendencia; entre otras cosas porque el ser humano trata de justificar con todas
sus fuerzas lo que ya lleva decidido en la vida. Tal vez por ello, las personas
mayores son más conservadoras y no suelen modificar sus intenciones: eso
supondría algo así como reconocer que antes se hizo algo mal. Y no solo eso;
todos sabemos que vamos a dejar como herencia a nuestros hijos la carga genética
y también la carga cultural de que nos hemos dotado y de la que nos dotaron
también a nosotros las generaciones precedentes. Ese poso cultural, en sentido amplio,
que tarda en llegar a nuestro cerebro, pero que, una vez inserto en él, se
mantiene y tiende a durar como lo hacen los genes físicos.
En
ese tira y afloja en el que se desarrolla la vida sin parar y en esa
resistencia al cambio en el que la vida particular se instala biológica y
culturalmente tenemos que movernos todos. Para un voto social y para cualquier
decisión que tomemos en la vida. La vida no para en sus cambios. Nosotros deberíamos
seguir su ritmo para sobrevivir. Aunque no a cualquier precio, porque la bondad
es siempre la bondad, el sentido común tiene siempre las mismas bases y al
buena voluntad se aplica a distintos contextos pero se mueve con idénticos
fines siempre.
Ahí
andamos.
1 comentario:
Si no te lo he dicho nunca, te lo digo ahora, para mi, uno de los mayores valores del ser humano es la adaptabilidad al cambio, lo digo por experiencia y porque es pura subsistencia Antonio, somos supervivientes.El único cambio que no me gusta es el chaqueteo político porque es oportunista.
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