domingo, 27 de diciembre de 2015

LEER


De nuevo hago recuento de mis lecturas del año 2015. Sigo con la costumbre de anotar sus títulos, sus autores, el género al que pertenecen y, en forma de asterisco, la nota que me merecen. La casualidad quiere que este año el número sea redondito: exactamente 100 títulos, 100 obras de ensayo o de creación.
Comencé con una obra de Tomás de Aquino y termino con un libro de poemas de Jesús Rodríguez Cabañes. Por el medio, un reguero de libros muy variados y desiguales en mi consideración. Sigo leyendo novelas de las populares, pero sigo observando que cada día me convencen menos y que mis apetencias se inclinan más hacia el campo de la creación poética y hacia el de la reflexión filosófica. Y la tendencia se acentúa.
Todo tiene sus causas, sus razones y sus consecuencias. Su exposición no cabe en treinta líneas.
Sé que, en un país en el que se lee poco, me sitúo en la parte más alta de la curva. Tampoco esto es definitivo para nada o para casi nada. Si cada libro, por malo que sea, siempre encierra alguna enseñanza, también es verdad que la vida enseña de muy diversas maneras a quien se deje enseñar; pero no voy a ser yo precisamente quien me queje de mi ritmo de lectura. Me siento satisfecho y no tengo nada que ocultar, ni tengo que ir pidiendo perdón por las calles.
Como el ritmo no es de un año sino de muchos, será verdad que buena parte de mi cultura es libresca. No debo negarlo porque los números engañan poco. Sé, no obstante, que hay muchos tipos de libros y, sobre todo, muchas maneras de leerlos, desde la que apenas alcanza el nivel de la descripción, hasta la que ahonda en la interpretación y en la aplicación de lo que el texto encierra. Ojalá yo me situara en alguno de estos niveles últimos.
Creo que puedo decir que, en alguna medida, he hecho de mi profesión la lectura; antes por motivos profesionales y ahora por necesidad y por placer.
Confieso mi disgusto por no poder compartir el contenido de muchas de las páginas que pasan por mi cabeza; solo lo hago de tarde en tarde en esta ventana. Confío, no obstante, en que su poso sí se deje entrever en las páginas que van completando este largo diario que ya tiene más de quince años. Por ejemplo, puedo y debo confesar que la principal fuente de inspiración para mi creación poética no está en la calle (aunque procuro no olvidarla) sino en los libros; a ellos les debo imágenes, concepciones, visiones, sobresaltos y calmas…, y siempre fogonazos que me incitan a precisar mi visión personal acerca de muchos de los asuntos que ellos desgranan.
El primer derecho que concede la lectura es precisamente el de no ponerse a ello, o sea, el de no leer. Una vez que no se quiere ejercer ese derecho de no leer, lo demás ya me encamina hacia la costumbre y el placer de la lectura. Todo camino tiene su práctica y toda costumbre es producto de la repetición y hasta del automatismo. La lectura es costumbre gozosa y provechosa. La voy a seguir practicando precisamente por el placer que me causa, y será ese placer el que me marque la velocidad y la intensidad. A estas alturas, cuando me sienta cansado, dejaré la lectura hasta que me vuelva a llamar a su lado para hacernos compañía. Y serán uno, o cien, o los que tengan que ser, que poco me importa el número si la cosecha es buena y jugosa.

Y ahora, a leer.

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