jueves, 7 de enero de 2016

EDICIÓN DIECISÉIS


De todas las cosas que tienen continuidad, hay algunas que pierden actualidad por la rutina, y otras que, por más que se repitan, se mantienen en pie y al frente de los recuerdos y de los sentimientos.
Comienzo las reflexiones de este nuevo año envuelto, como otras veces, en la nostalgia por la ausencia de mis hijos y de mis nietos. Hasta hace tan solo un rato han estado con nosotros pasando buena parte de estas vacaciones de invierno. Con su presencia -lo habré escrito otras veces- siento que me aproximo a algo parecido a aquello que me gustaría como contenido de la felicidad, ese estado de ánimo en el que te dices a ti mismo algo así como “que todo siga así y que nada cambie”. Y todo ello a pesar de la diferencia de criterios que siempre existe y que muestra, entre otras cosas, que la biología, las edades y las generaciones acarrean distintos gustos, diferentes horarios y desiguales conversaciones. A pesar de todo, este sigue siendo para mí el espacio en el que me siento menos inseguro, con gente en la que puedo confiar más y con la que puedo compartir más ilusiones.
Porque miro afuera y me coge el toro por toda partes: el egoísmo que creo observar en casi todo y en casi todos, la escala de valores que apenas comparto, las costumbres de las que no participo, el sentido de casi todo, que para mí es algo distinto. Es verdad que me parece que hay gente fantástica, pero no veo que sea la que influye de verdad en la comunidad, ni aquella en la que se confíe más. Y, por si fuera poco, me parece encontrarme con mucha gente de muy buen corazón pero que luego se deja llevar por el río que más suena, por el anuncio que más reluce y hasta por el uso más sin sentido. Y, como soy la duda con patas, pienso casi siempre si no seré yo el equivocado y el que tiene que dejarse llevar por la ola de turno y esperar que la corriente vital me conduzca a donde me tenga que conducir.
O sea, que el año se inicia con las mismas dudas, con parecidos sentimientos y con no distintas perspectivas. Habrá que navegar y tener calma en las tempestades, remar a contracorriente pero sin dejar la vida en ello, saber que todo existe en relación con lo que lo rodea, que voy a ser un año mayor y eso cuenta, que aún conservo curiosidad y eso me salva, que seguiré leyendo sin rumbo predeterminado, que seguirá siendo la naturaleza uno de mis mejores contextos, o que continuaré pensándome y repensándome por si acaso diera con algún camino algo más seguro.

Por eso, los míos serán los próximos, sobre todo los próximos en hacerme reflexionar y en dejarse querer, para que yo pueda querer y que me quieran. Ese sigue siendo mi lema. No los conozco mejores. 

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