En cualquiera de sus dos
vertientes, la de la escritura o la de la lectura, me pregunto por la necesidad
de la poesía. Me lo pregunto yo como creador y como lector, y supongo que se lo
plantearán también muchos lectores (doy por hecho que lo hacen todos los
creadores).
Y no es cuestión para resolver en
un momento. Porque tal vez entendamos y estemos de acuerdo en que la poesía es
necesaria, pero tengo la impresión de que, a estas alturas, todavía no sabemos
muy bien para qué.
Seguramente, como sucede con todo,
la finalidad y la causalidad son múltiples y solo nos queda apuntar alguna de
las razones que nos parezcan más pertinentes y decisivas.
Es un poco grandilocuente la
expresión, pero creo que recoge bastante bien un racimo de causas y fines por
los que un creador se pone a dibujar poesía: Se escribe para salvarse. ¿Pero salvarse de qué? Seguramente de una
complacencia, de un dolor, de una monotonía, de una necesidad, de una situación
desigual.
Esto significaría que el creador,
antes de concretar el poema, tiene en su cabeza el desajuste necesario que
provoca la reacción de la escritura concreta. El esquema sigue siendo el mismo:
se ve, se contempla, se analiza, se siente, se reacciona hacia un modelo mejor
del momento o de la vida, y se produce la creación. La creación es siempre
huida de algo o deseo ferviente de que algo permanezca como está, y, por ello,
expresión de miedo a que se modifique ese status.
Si así fuera, la creación poética
se concretaría esencialmente en un acto comunicativo al propio creador y al
lector posterior: poesía como comunicación.
Pero el poeta ha de enfrentarse
con la argamasa formal de la creación, con la palabra. Y lo mismo debe hacer
con la masa significativa. Y es en ese moldeado donde se hace héroe o villano.
Es en el proceso cuando los descubrimientos, los deslumbramientos y las
decepciones se producen y se vienen a la cara del creador. Es en esta faceta en
la que la creación poética se proclama no como un acto de comunicación sino,
sobre todo, como un acto de descubrimiento y de conocimiento.
En esta dualidad seguimos
mientras en cada poema se fragua una lucha de precisión, de originalidad, de
dominio del lenguaje y de sus técnicas, de distribución de contenidos, y de
indagación general.
Y más tarde, la descodificación
del lector, el azar de la coincidencia o no de las escalas de valores y de
gustos, los añadidos personales, los condicionamientos sociales y culturales, y
todas las demás variables que son consustanciales a todo acto de comunicación,
que no son pocas.
Cada cierto tiempo el creador se
pregunta por las causas y por las consecuencias de su labor; lo necesita hacer
para darse consistencia a sí mismo y para seguir en la pelea, sin saber con
demasiada certeza por qué hace lo que hace ni para qué lo hace.
“Mientras…, habrá poesía”. Tal
vez por eso.
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