ARISTOCRACIA Y DEMOCRACIA
Palabras de Juan Ramón Jiménez en una conferencia dada
en Miami, titulada Aristocracia y
democracia: «Aristocracia, a mi manera de ver, es el estado del hombre en
que se unen -unión suma- un cultivo profundo del ser interior y un
convencimiento de la sencillez natural del vivir: idealidad y economía. El
hombre más aristócrata será, pues, el que necesite menos exteriormente, sin
descuidar lo necesario, y más, sin ansiar lo superfluo, en su espíritu. lo
necesario, y más, sin ansiarlo.
Y democracia ¿qué es? Si, etimológicamente, democracia
significa dominio del pueblo, para que el pueblo domine tiene que cultivarse
fundamentalmente en espíritu y cuerpo. Pero, cultivado así, el pueblo es ya el
aristócrata indiscutible. De modo que no hay democracia en un sentido lógico,
porque no debe haber pueblo en contraste.
El pueblo, además, no podría gobernar como tal pueblo
convencional, como el pueblo en tal estado en que lo sostienen sus explotadores
que, en realidad, son malos burgueses, medio estancados, que quieren mandar sin
‘demos’ ni ‘aristos’. Y el pueblo no es justo que quede en la fase de plebe, de
masa amorfa y silvestre en que hoy está buena parte de nuestro mundo, gracias a
sus ahítos defensores.
Yo no creo en una Humanidad conjunta más o menos
igualada con estas o las otras facilidades, sino en una difícil comunidad de
hombres completos individuales».
¿Qué vigencia tienen hoy estas palabras? Sin tender al
absoluto -que siempre es desajustado e injusto, pues todo es cuestión de
grados-, me parece que la tienen. Y mucha.
Hay que aspirar a la aristocracia si la entendemos, no
como detentadora de un título -tantas veces con fondo mental vacío y sin base
alguna de razón, con el único apoyo de una herencia nominal y automática- sino,
como dice el poeta, con estas dos cualidades: «cultivo profundo del ser
interior y convencimiento de la sencillez natural de vivir». Hay que arar
-añado yo- en las posibilidades de uno mismo, en la riqueza que nuestra mente y
nuestra sensibilidad nos pueden ofrecer y en la intensidad que ambas variables
otorgan a la vida. Para ser marqués, conde, duque o infante no es necesario
llamarse de aquella manera ni poseer tradición o tierras abundantes. El camino
es el del interior, no el de la apariencia ante los demás. Y ese camino está
abierto para ser hollado por el que quiera, sin distinción de sexo, edad o capacidad
económica. La verdadera aristocracia nada tiene que ver con ser grandes ni
pequeños de España, ni con zarandajas semejantes.
Tampoco, en la concepción que se adivina en el escrito
del concepto de democracia, parece que estemos al dictado de lo que hoy muchos
entienden por tal, pues nos solemos quedar en solo una variable numérica, de
tal manera que contamos y al que tiene el número más alto lo damos por ganador.
Democracia es algo más amplio y noble. Para que haya gobierno del pueblo tiene
que existir pueblo con criterio y no solo masa ni plebe; si no, todo será apariencia,
pues será fácilmente manipulado y su gobierno no será tal, pues será tan solo
un simulacro, una apariencia, una sombra de la caverna de Platón. Y el criterio
solo se forja con la educación y con la reflexión. Solo entonces, como dice el
autor, estarán a la misma altura ‘demos’ y ‘aristos’ y entraremos en una
verdadera democracia.
No sé si todos estamos dispuestos a andar este camino
individualmente hacia la aristocracia, para llegar a una plenitud en
democracia. Tampoco estoy seguro de que los que poseen más poder anden
noblemente empeñados en ayudar a todos para que nos alcemos hacia una verdadera
aristocracia. Hay ejemplos de aquí y de allá que sonrojan, por más que numéricamente
se hayan alzado al poder con una suma correcta. Ya se sabe que eso de la
educación, del pensamiento y de la razón (de la aristocracia y de la verdadera
democracia) tiene sus peligros, pues el individuo ‘aristocratizado’ corre el
peligro de pensar, de pesar, de sopesar y de no dejarse llevar por la corriente
ni por los empujones de la moda. Y eso, claro, acarrea otras consecuencias.
A mí me gustaría mucho ser aristocrático en lo que a
formación y razón se refiere. Y me gustaría también mucho ser demócrata en lo
social. Vaya usted a saber en qué nivel me encuentro.
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