lunes, 21 de noviembre de 2022

¡SOMOS... OCHO MIL MILLONES!

¡SOMOS… OCHO MIL MILLONES!

Mis allegados sufren con frecuencia mi propuesta estrella para «arreglar el mundo». Se trata de un ejercicio, mitad mental y mitad físico, a modo como hacen los fieles musulmanes en la oración, es decir, poniéndose de rodillas y bajando y subiendo el cuerpo repetidas veces. Yo lo impondría como asignatura diaria de media hora. Durante ese movimiento de sube y baja habría que estar repitiendo este mantra: «Somos ocho mil millones, somos ocho mil millones, somos ocho mil millones…». Media horita así, dándole a la cabeza contra el suelo y agotando la voz en la salmodia. Hasta ahora siempre había recomendado decir somos siete mil millones, pero he oído decir hace unos días que ya somos ocho mil millones de habitantes en este pequeño planeta. Así que, cámbiese el siete por el ocho, que pronto será por el nueve y hasta por el diez.

Ante tan pintoresca propuesta, la gente suele esbozar una sonrisa y cambiar el tercio de la conversación; como dándome a entender que ando algo pirado. Pero yo sigo y sigo en el intento, como si fuera una pila de duracell. Y, si me dejan y me aguantan, les explico.

El primer día seguro que todos los alumnos se mirarían extrañados y se sentirían como presos obligados a un ejercicio de esclavos. El segundo tal vez alguno volvería su cara hacia el profesor o imán y mentaría en silencio a todos sus vivos y muertos. Pero tal vez al tercero habría alguno al que le diera por pensar qué posible significado podría tener tal ejercicio repetitivo y sin ningún aparente sentido.

Y ahí surgiría la chispa que produciría el fuego y la llama. «Somos ocho mil millones». ¿Y qué? Pues que esto debe significar algo que tiene que ver conmigo. Y contigo. Y con aquel. Y con el otro.

Y tal vez, a partir de ahí, las ramificaciones se irían reproduciendo cual hojas de primavera. Pues esto implica esto. Y lo otro. Y lo de más allá. Y aquella consecuencia, a su vez, trae consigo esta otra. Y esta otra más. Y aquella que me parecía asilada… Y así hasta el infinito.

Tal vez, entonces, se podrían suspender las clases de sube y baja, de alza y agacha la cabeza, porque ya se iban a instalar de manera automática e individualizada en la cabeza y en el hogar de cada uno de los primeros alumnos. Y estos las multiplicarían por todos los confines.

Este ejercicio, que hasta a mí me puede parecer hiperbólico, creo que ejemplifica muy bien la idea que bajo él subyace. No es otra que la importancia que tiene el hecho de entender, para cualquier discusión, definición y elaboración de leyes o conceptos, que hay que tener en cuenta que somos muchos seres humanos y que nada tiene sentido sin apoyarse en esta realidad.

Piénsese, si no, en la elaboración y en la defensa de los derechos humanos sin tener en cuenta el contexto en el que desarrolla su vida cada ser individual. Tales derechos tienden a defender la dignidad de cada uno en particular, pero siempre considerando su relación con la comunidad.

¿Cómo se puede definir siquiera el concepto de ser humano si no es en relación con los demás? ¿Dónde está el ser humano individual? ¿Alguien lo ha visto? Desde que nace hasta que muere, desde que se levanta hasta que se acuesta, es ser humano porque se relaciona con los demás seres y con las demás cosas. Es porque está. Si no estuviera, no sería. De tal manera, que no es solo lo que afirmaba Ortega: «Yo soy yo y mis circunstancias». Es que tal vez tendríamos que ir algo más allá, hasta la línea de «Yo soy mis circunstancias».

Pero tampoco anda uno en este breve formato para disquisiciones demasiado abstrusas, y mucho menos si estas abren alguna grieta en la que el ser individual se quede solo en deseo y no en realidad. Quedémonos si quieren con el yo más las circunstancias de Ortega, para no meter más fuego en la hoguera. Pero no neguemos el valor de las circunstancias. Y las circunstancias son ocho mil millones a mi alrededor, empujándome por todas partes, pidiéndome colaboración en todo momento, exigiéndome una escala de valores que yo no pudo obviar y obligándome a una conducta diaria que no puedo ni debo olvidar. Y esto solo pensando en el número de personas. Añádase además el resto de animales y de cosas y a ver qué pasa.

Tal vez tendríamos que volver a las clases del principio y dedicarle otra media horita más al asunto este del somos. Tal vez.

1 comentario:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Y si a alguno le diera por no pensar, al menos habría hecho ejercicio físico, que siempre es sano.