¡SOMOS… OCHO MIL MILLONES!
Mis allegados sufren con frecuencia mi propuesta
estrella para «arreglar el mundo». Se trata de un ejercicio, mitad mental y
mitad físico, a modo como hacen los fieles musulmanes en la oración, es decir,
poniéndose de rodillas y bajando y subiendo el cuerpo repetidas veces. Yo lo
impondría como asignatura diaria de media hora. Durante ese movimiento de sube
y baja habría que estar repitiendo este mantra: «Somos ocho mil millones, somos
ocho mil millones, somos ocho mil millones…». Media horita así, dándole a la
cabeza contra el suelo y agotando la voz en la salmodia. Hasta ahora siempre
había recomendado decir somos siete mil millones, pero he oído decir hace unos
días que ya somos ocho mil millones de habitantes en este pequeño planeta. Así
que, cámbiese el siete por el ocho, que pronto será por el nueve y hasta por el
diez.
Ante tan pintoresca propuesta, la gente suele esbozar
una sonrisa y cambiar el tercio de la conversación; como dándome a entender que
ando algo pirado. Pero yo sigo y sigo en el intento, como si fuera una pila de
duracell. Y, si me dejan y me aguantan, les explico.
El primer día seguro que todos los alumnos se mirarían
extrañados y se sentirían como presos obligados a un ejercicio de esclavos. El
segundo tal vez alguno volvería su cara hacia el profesor o imán y mentaría en
silencio a todos sus vivos y muertos. Pero tal vez al tercero habría alguno al
que le diera por pensar qué posible significado podría tener tal ejercicio
repetitivo y sin ningún aparente sentido.
Y ahí surgiría la chispa que produciría el fuego y la
llama. «Somos ocho mil millones». ¿Y qué? Pues que esto debe significar algo
que tiene que ver conmigo. Y contigo. Y con aquel. Y con el otro.
Y tal vez, a partir de ahí, las ramificaciones se
irían reproduciendo cual hojas de primavera. Pues esto implica esto. Y lo otro.
Y lo de más allá. Y aquella consecuencia, a su vez, trae consigo esta otra. Y
esta otra más. Y aquella que me parecía asilada… Y así hasta el infinito.
Tal vez, entonces, se podrían suspender las clases de
sube y baja, de alza y agacha la cabeza, porque ya se iban a instalar de manera
automática e individualizada en la cabeza y en el hogar de cada uno de los primeros
alumnos. Y estos las multiplicarían por todos los confines.
Este ejercicio, que hasta a mí me puede parecer
hiperbólico, creo que ejemplifica muy bien la idea que bajo él subyace. No es
otra que la importancia que tiene el hecho de entender, para cualquier
discusión, definición y elaboración de leyes o conceptos, que hay que tener en
cuenta que somos muchos seres humanos y que nada tiene sentido sin apoyarse en
esta realidad.
Piénsese, si no, en la elaboración y en la defensa de
los derechos humanos sin tener en cuenta el contexto en el que desarrolla su
vida cada ser individual. Tales derechos tienden a defender la dignidad de cada
uno en particular, pero siempre considerando su relación con la comunidad.
¿Cómo se puede definir siquiera el concepto de ser
humano si no es en relación con los demás? ¿Dónde está el ser humano
individual? ¿Alguien lo ha visto? Desde que nace hasta que muere, desde que se
levanta hasta que se acuesta, es ser humano porque se relaciona con los demás
seres y con las demás cosas. Es porque está. Si no estuviera, no sería. De tal
manera, que no es solo lo que afirmaba Ortega: «Yo soy yo y mis
circunstancias». Es que tal vez tendríamos que ir algo más allá, hasta la línea
de «Yo soy mis circunstancias».
Pero tampoco anda uno en este breve formato para
disquisiciones demasiado abstrusas, y mucho menos si estas abren alguna grieta
en la que el ser individual se quede solo en deseo y no en realidad. Quedémonos
si quieren con el yo más las circunstancias de Ortega, para no meter más fuego
en la hoguera. Pero no neguemos el valor de las circunstancias. Y las
circunstancias son ocho mil millones a mi alrededor, empujándome por todas
partes, pidiéndome colaboración en todo momento, exigiéndome una escala de
valores que yo no pudo obviar y obligándome a una conducta diaria que no puedo
ni debo olvidar. Y esto solo pensando en el número de personas. Añádase además
el resto de animales y de cosas y a ver qué pasa.
Tal vez tendríamos que volver a las clases del
principio y dedicarle otra media horita más al asunto este del somos. Tal vez.
1 comentario:
Y si a alguno le diera por no pensar, al menos habría hecho ejercicio físico, que siempre es sano.
Publicar un comentario