CONVICCIÓN / RESPONSABILIDAD
Distinguía Max Weber entre «ética de la
convicción» y «ética de la responsabilidad». Y lo hacía pensando en cualquier
actividad de la vida, pero, sobre todo, en la actividad política.
Las elecciones locales y regionales están a la
vuelta de la esquina (menos de tres meses) y los partidos andan ya en plena
tarea para conformar las listas electorales. En los lugares pequeños no resulta
sencilla la elaboración de las listas por falta de aspirantes; en las
poblaciones más grandes, lo que sobran son aspirantes y hasta trepas.
Para ambas situaciones, nos vale la distinción
del sociólogo Max Weber. Con una consideración previa: la de que exista algún
tipo de ética en los que se embarquen en las listas y sea cual sea el método
utilizado para la selección.
De entrada, hay demasiados aspirantes que no
se cansan nunca de repetir y repetir, como si tuvieran una vocación
irresistible de redimir al mundo y de salvar a todo quisque, Tal vez porque hay
vocaciones que son eternas, vaya usted a saber.
De entrada, prefiero conceder el beneficio de
la duda a todos; aunque solo sea por esa disposición a embarcarse en algo que
afecta a la comunidad y no solo al beneficio personal.
Pero, sea como sea, sería conveniente analizar
a qué ética atenerse o en qué medida hay que darles cancha a ambas. La «ética
de la convicción» tiene como base los principios ideológicos por encima de
todo; según ellos, se iría a la representación con la idea de desarrollar esos principios,
que -se entiende- favorecen a la comunidad. «La ética de la responsabilidad»
tiene en cuenta también los resultados que la aplicación de esos principios
tiene en la práctica diaria.
Parece obvio que la ética de la convicción
representa un nivel en el que los ideales mandan, y, en menor medida, los
resultados en votos que se obtengan. En la ética de la responsabilidad se
cuelan las cesiones en aras de conseguir resultados electorales y votaciones
que convengan o al partido o a la gestión general. Esto lo conocen muy bien
esas gentes llamadas «personas de partido», esas que tanta importancia conceden
al criterio de oportunidad y que, con este subterfugio, siempre resultan
beneficiados personalmente. Simplificando un poco las cosas, defienden que todos
los trapos sucios se laven en casa y que el partido siempre tiene razón.
Seguramente algo de las dos éticas sea
necesario en el discurrir diario. Como siempre, convendrá no hacer conceptos
absolutos de nada; pero tampoco hacer aguas de todo y dejar nuestros principios
aparcados en el olvido. Personalmente, prefiero aquel que se pasa en la ética
de la convicción al que casi todo lo justifica con el partido o con la
oportunidad o inoportunidad de la defensa de las ideas.
No sé en cuántos aspirantes se producirá esta
reflexión o cuántos se apuntarán sin reflexión previa. Sería conveniente que
los partidos y los candidatos rumiaran un poco estas ideas. Ellos como
candidatos. Nosotros como electores.
1 comentario:
Últimamente me quedan pocas ganas de votar, la verdad.
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