sábado, 6 de mayo de 2023

DILEMA

DILEMA

Me puede la desazón al comprobar cómo demasiados hechos de los que se producen cada día y se hacen públicos me parecen pobres y contrarios absolutamente a mi forma de pensar y de actuar. El mundo se me viene encima a través de los espejos que me trasladan los medios de comunicación de todo tipo, esos que, quieras o no quieras, te golpean cual gota malaya y te van horadando hasta dejarte en la locura o siguiendo lo que dicen como un sonámbulo. La otra parte, la que me toca más de cerca en el tiempo y en el espacio, tampoco me reconforta demasiado. De este modo, o me rebelo y me vuelvo un refugiado en mi círculo más próximo, arisco y enfadado crónico, o me dejo llevar por la corriente, como un borrego más de la manada.

Ninguna de las dos posturas me consuela. La primera por la dificultad que encierra mantener una posición contraria a casi todo. Porque yo también soy un ser social y no puedo aislarme de los ocho mil millones de seres humanos que pueblan como epidemia este pequeño planeta. Los necesito y quiero comprenderlos, relacionarme gozosamente con ellos y compartir mis penas y mis deseos con los que hacen conmigo el tiempo. La segunda porque me daría una imagen a mí mismo de vencido, de viejo y de falto de pensamiento y hasta de reaños para vivir la vida con cuajo.

Ya sé que estoy haciendo secciones y compartimentos separados y que, en realidad, quiera o no quiera, se mezclan ambas posturas y formas de proceder. Pero ya soy consciente de ello. Analizo por predominio, no por razones absolutas. Y el tanto por ciento se me vence demasiado para el lado del rechazo. Y he de reconocer que esta postura acarrea muchos inconvenientes. Tal vez no el menor de ellos sea el de contagiar ese mal humor a los que tengo más cerca, a esos que me tienen que soportar y que me templan gaitas para que el día siga corriendo y no todo sea contrariedad.

El día me regala un buen puñado de ejemplos que no soy capaz de mandar al cesto de los papeles. Valga hoy este (podría aportar un buen número de ellos). La TV pública lleva una semana predicando la llegada de la coronación del rey de Gran Bretaña, Carlos III. Ya conocemos la silla en la que se va a sentar, los calcetines que va a vestir, los invitados que se van a congregar, el negocio que se monta a su alrededor, las medallas que le cuelgan y hasta si le gustan o no las naranjas para desayunar. Este medio anuncia programas especiales y ha mandado para ese país a un ingente número de empleados para que no nos perdamos ni un solo detalle de tamaño acontecimiento. Todo ello, claro, a costa de mis impuestos y de los de todos aquellos que no pueden llegar a fin de mes. Todos los ornamentos y coloridos serán expuestos al mundo entero, como si se tratara de la llegada del juicio final.

Y así con miles de ejemplos y todos los días del año.

¿Pero no se puede prestar algún esfuerzo y algún dinero más a otros asuntos que afecten de verdad a las personas de a pie? ¿No hay preocupaciones mayores por el mundo? ¿En qué mejora la convivencia general la exhibición de un tipo que no ha hecho ningún mérito en la vida salvo el nacer en una cama determinada? ¿Hasta dónde nos vamos a degradar? ¿Cómo se come eso de que este señor sea el jefe espiritual de una iglesia entera? ¿Qué valor tiene la monarquía en nuestro tiempo? ¿En qué afecta todo esto a un españolito de a pie cualquiera ‘

Los mismos que determinan los gastos en estas exhibiciones históricamente trasnochadas y sin ningún sentido, salvo el de atontar mentes, al momento ofrecerán condolencias y golpes de pecho por ver que en el mundo hay guerras y desigualdades flagrantes. Hipócritas, fariseos, atontadores de borregos. Sí, de borregos. Porque el seguimiento lo hará un rebaño abundantísimo, que entregará hasta el oremus con tal de no perderse ni un detalle del color del último vestido. Y en este plan.

Y siempre el mismo final. Si se tratara de un acto aislado, no sería grave. Es que el día a día se teje con contradicción tras contradicción, con una de razón diluida entre mil de sinrazón. Y la masa babeando al son de la flauta que le van tocando.

¿Cómo se mezcla esto? Porque huir del todo es imposible y yo no lo deseo. Pero dejarse llevar es degradante y se vuelve insufrible.

¡¡¡Auxilio!!!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Empatizo completamente con estas reflexiones y sentimientos. Difícil dilema, claro que, qué dilema sería si fuese fácil.
En cuanto al mal humor, veámoslo desde lo positivo, es decir, se trata de una emoción negativa que vierte hacia afuera. Peor sería un estado de ansiedad o de depresión, con mayor repercusión interna, sobre todo si son continuados, cómo es el caso.