DILEMA
Me puede la desazón al comprobar cómo
demasiados hechos de los que se producen cada día y se hacen públicos me
parecen pobres y contrarios absolutamente a mi forma de pensar y de actuar. El
mundo se me viene encima a través de los espejos que me trasladan los medios de
comunicación de todo tipo, esos que, quieras o no quieras, te golpean cual gota
malaya y te van horadando hasta dejarte en la locura o siguiendo lo que dicen
como un sonámbulo. La otra parte, la que me toca más de cerca en el tiempo y en
el espacio, tampoco me reconforta demasiado. De este modo, o me rebelo y me
vuelvo un refugiado en mi círculo más próximo, arisco y enfadado crónico, o me
dejo llevar por la corriente, como un borrego más de la manada.
Ninguna de las dos posturas me consuela. La
primera por la dificultad que encierra mantener una posición contraria a casi
todo. Porque yo también soy un ser social y no puedo aislarme de los ocho mil
millones de seres humanos que pueblan como epidemia este pequeño planeta. Los
necesito y quiero comprenderlos, relacionarme gozosamente con ellos y compartir
mis penas y mis deseos con los que hacen conmigo el tiempo. La segunda porque
me daría una imagen a mí mismo de vencido, de viejo y de falto de pensamiento y
hasta de reaños para vivir la vida con cuajo.
Ya sé que estoy haciendo secciones y
compartimentos separados y que, en realidad, quiera o no quiera, se mezclan
ambas posturas y formas de proceder. Pero ya soy consciente de ello. Analizo
por predominio, no por razones absolutas. Y el tanto por ciento se me vence
demasiado para el lado del rechazo. Y he de reconocer que esta postura acarrea
muchos inconvenientes. Tal vez no el menor de ellos sea el de contagiar ese mal
humor a los que tengo más cerca, a esos que me tienen que soportar y que me templan
gaitas para que el día siga corriendo y no todo sea contrariedad.
El día me regala un buen puñado de ejemplos
que no soy capaz de mandar al cesto de los papeles. Valga hoy este (podría
aportar un buen número de ellos). La TV pública lleva una semana predicando la
llegada de la coronación del rey de Gran Bretaña, Carlos III. Ya conocemos la
silla en la que se va a sentar, los calcetines que va a vestir, los invitados
que se van a congregar, el negocio que se monta a su alrededor, las medallas
que le cuelgan y hasta si le gustan o no las naranjas para desayunar. Este
medio anuncia programas especiales y ha mandado para ese país a un ingente
número de empleados para que no nos perdamos ni un solo detalle de tamaño
acontecimiento. Todo ello, claro, a costa de mis impuestos y de los de todos
aquellos que no pueden llegar a fin de mes. Todos los ornamentos y coloridos
serán expuestos al mundo entero, como si se tratara de la llegada del juicio
final.
Y así con miles de ejemplos y todos los días
del año.
¿Pero no se puede prestar algún esfuerzo y
algún dinero más a otros asuntos que afecten de verdad a las personas de a pie?
¿No hay preocupaciones mayores por el mundo? ¿En qué mejora la convivencia
general la exhibición de un tipo que no ha hecho ningún mérito en la vida salvo
el nacer en una cama determinada? ¿Hasta dónde nos vamos a degradar? ¿Cómo se
come eso de que este señor sea el jefe espiritual de una iglesia entera? ¿Qué
valor tiene la monarquía en nuestro tiempo? ¿En qué afecta todo esto a un
españolito de a pie cualquiera ‘
Los mismos que determinan los gastos en estas
exhibiciones históricamente trasnochadas y sin ningún sentido, salvo el de
atontar mentes, al momento ofrecerán condolencias y golpes de pecho por ver que
en el mundo hay guerras y desigualdades flagrantes. Hipócritas, fariseos,
atontadores de borregos. Sí, de borregos. Porque el seguimiento lo hará un
rebaño abundantísimo, que entregará hasta el oremus con tal de no perderse ni
un detalle del color del último vestido. Y en este plan.
Y siempre el mismo final. Si se tratara de un
acto aislado, no sería grave. Es que el día a día se teje con contradicción tras
contradicción, con una de razón diluida entre mil de sinrazón. Y la masa
babeando al son de la flauta que le van tocando.
¿Cómo se mezcla esto? Porque huir del todo es
imposible y yo no lo deseo. Pero dejarse llevar es degradante y se vuelve
insufrible.
¡¡¡Auxilio!!!
1 comentario:
Empatizo completamente con estas reflexiones y sentimientos. Difícil dilema, claro que, qué dilema sería si fuese fácil.
En cuanto al mal humor, veámoslo desde lo positivo, es decir, se trata de una emoción negativa que vierte hacia afuera. Peor sería un estado de ansiedad o de depresión, con mayor repercusión interna, sobre todo si son continuados, cómo es el caso.
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