APODOS: ANÉCDOTAS Y CATEGORÍA
Regresamos de un paseo
matutino. Al borde de la carretera, charla un grupo de ciclistas que, a su vez,
también vuelven de su actividad deportiva. De manera espontánea, uno de ellos
me espeta:
«Te presto la bici
para que des un paseo».
Me acerco, la cojo al
peso y le respondo:
«Gracias, pesa mucho».
El dueño me responde
en plan jocoso:
«Pesa más que yo, pues
yo peso un comino».
Enseguida me doy
cuenta de su tono. Efectivamente, es de la familia de los «Cominos». Nos reímos
todos. Aprovecho para recordarle lo que todos sabemos, que contra los apodos es
mejor no insistir ni empeñarse en que no se usen: la gente se empeña y poco o
nada se puede hacer para eliminarlos. Y me vino a la mente que yo mismo tengo
en mí y a mi lado ejemplos de apodos, motes o desviaciones de nombres. Recodé
enseguida tres.
El primero afecta a mi familia. Yo nací en un
pueblecito en el que mi padre era carbonero. Nosotros somos en el pueblo «los
carboneros». Sobra decir que llevo el sobrenombre con mucha honra y orgullo.
El segundo afecta a mi
hijo mayor. Estudió la carrera de Informática con gran aprovechamiento. Hoy
ejerce su enseñanza en una universidad. Sus compañeros de colegio mayor,
supongo que por analogía con Bill Gates, lo llamaron y lo llaman «Bili». No me
gusta tanto como el anterior, pero poco puedo hacer por que vuelvan a su nombre
de pila.
El tercero me afecta
directamente a mí. Salvo mis más allegados, la gente me conoce como «Turrión».
Naturalmente, estoy orgulloso del apellido de mi madre, pero tampoco renuncio
al de mi padre. Por si fuera poco, mi firma se eternizaría si quisiera llegar
hasta el segundo apellido. ¿Qué le vamos a hacer si la gente se ha empeñado en
ello?
Hasta aquí las
anécdotas. Ahora la categoría, si es que la hay.
Definición de mote: Nombre que se da a una
persona en vez del suyo propio y que, generalmente, hace referencia a algún
defecto, cualidad o característica particular que lo distingue.
Si salvamos lo del defecto, bien podríamos
quedarnos con todo lo demás. No siempre, por cierto, el mote ha tenido sentido
despectivo (en el mundo romano era muchas veces simplemente descriptivo), sino
sencillamente identificador: nos servía para una identificación más precisa,
vistosa o llamativa. Piénsese, por ejemplo, en los jugadores de fútbol de
origen latinoamericano y en el abuso que del mote hacen. O la frecuencia de su
uso en los pueblos sin que nadie se sienta por ello ofendido.
La comunicación con la palabra debe buscar
primero la claridad e inmediatamente después la economía de medios. Pues, si
los motes nos sirven para esa primera cualidad, bienvenidos sean. Siempre que
no busquemos con ellos la ofensa ni el desprecio. Porque con la palabra se
puede causar mucho beneficio, pero también mucho daño. Como casi siempre, la
buena voluntad y el sentido común suelen hacer casi todo el trabajo.
Después de echarnos unas risas, dejamos al
«Comino» y a sus acompañantes y seguimos nuestro camino. Yo me llevé conmigo los
«carboneros», los «bilis» y los «turriones». Así, tan a gusto y tan feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario