SENTIMENTALIZAR
/ LEGALIZAR
Sospecho que casi estoy creando un neologismo,
pues, aunque la palabra existe, su uso es escaso. Pero no resulta difícil
asociarla a su familia léxica (sentimiento, sentimental, sentimentalidad…) para
así dar con su significado de manera bastante precisa.
El desarrollo de la vida seguramente es una
mezcla de instintos, sentimientos, ideas y razonamientos. Su jerarquización y
preeminencia resulta esencial para un curso equilibrado de la misma. Y hay
períodos en los que damos más peso a unos elementos que a otros, tanto en el
nivel (no «a nivel», coño) personal como en el colectivo.
En estos últimos años tengo la impresión de que
los elementos emotivos han adquirido preponderancia, sobre todo en el ámbito
político y social. No estaría de más pararse a considerar las bondades o las
maldades de tal asunto.
De entrada, no parece que ni los sentimientos
ni la razón deban estar excluidos del desarrollo personal o colectivo. ¿Qué
sería de la vida sin el impulso de los sentimientos? Qué vida tan vacía, tan
solidificada y tan plana. ¿No se puede decir lo mismo para la falta de razón?
Parece evidente que sí. Es la capacidad para abstraer y para razonar lo que nos
separa del resto de los animales y nos coloca en un plano que consideramos
distinto. ¿Cómo conjugar, pues, ambos elementos y en qué medida hay que
utilizar cada uno? Una vez más, en ese machadiano «un poco más, algo menos»,
está la aproximación tanto a la verdad como a la satisfacción de nuestros
deseos. Habrá que añadir aún un elemento más, un elemento que resulta
fundamental. Es este: La razón, por encima del sentimiento, nos puede llevar a
conclusiones que nos perjudiquen personalmente, que vayan en contra de nuestros
intereses propios. El ideal sería, pues, que, en casos de enfrenamiento,
diéramos un poquito más de peso a la razón que a los sentimientos, aunque su
aplicación no nos beneficiara a nosotros. Por algo la razón está por encima de
la inteligencia, del interés y del instinto.
Y ahora, a la aplicación; que hoy hemos partido
de la idea para bajar al ejemplo.
He opinado en numerosas ocasiones que el
«asunto territorial» en la política española está en la base de todo y que es
anterior a todo lo demás, poque nada se puede aplicar ni desarrollar sin saber
en qué espacios se va a hacer. En estos días vuelve a la palestra todo el
asunto de la posible amnistía por parte del Gobierno por los hechos de Cataluña
de hace ya seis años. Las opiniones son muy diversas y apuntan en todas las
direcciones, unas más argumentadas, otras parecen dictadas a voleo, algunas más
serenas, otras en las que el sentimiento se vierte por todas las grietas…
Como a mí el «asunto territorial» no me parece
ni de mayor ni de menor enjundia que otros, pero sí anterior a todos los demás,
creo que estamos ante un hecho fundamental. Convendría, pues, que su
tratamiento fuera tan sereno como sesudo. Un Estado basado en sentimientos no
solo no tiene recorrido ni consistencia, sino que nos acerca peligrosamente a
caminos sin retorno en los que cualquier cosa termina pudiendo justificarse. Y
esto tiene nombres y desastres conocidos en la historia. Ojo, pues. Por la otra
parte, negarse a la complejidad del asunto y ser más legalistas que legales nos
sitúa en una rigidez que en poco se compadece con lo diversas que son la vida y
la convivencia. Y hay que convivir de la mejor manera posible. En el horizonte
se me aparecen, de nuevo, las palabras, lealtad, objetivos comunes, confianza,
solidaridad, amplitud de miras…; pero también deslealtad, egoísmo,
desconfianza, provincianismo, tribalismo…
Y en ese pase andamos, un pasito p´lante y un
pasito p´atrás, como decía la canción.
Pero, si hay que elegir, no perdamos de vista,
por favor, el referente legal; sin él el caos acecha y el poderoso sale a la
calle a pescar en río revuelto.
1 comentario:
Veo que te has convertido en urgólogo.
Oí por primera vez la palabra esta mañana…
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