LEYENDO A DELIBES
Leo varios de los discursos más importantes
pronunciados por el escritor Miguel Delibes a lo largo de su vida. Me parecen
absolutamente clarificadores para conocer el fondo significativo y el alcance
de su obra. En todos repite los mismos principios, lo cual indica que son
realmente la base en la que se sustenta su literatura. No son muchos, pero sí
de gran alcance.
El primero puede describirse con el clásico «menosprecio
de corte y alabanza de aldea». ¿Quién puede negar que las novelas de Delibes y
que sus personajes obedecen a los condicionamientos del paisaje en el que
crecen y actúan? Nini, el Mochuelo, el señor Cayo… La circunstancia espaciotemporal limita y da sentido a las actividades de todos ellos. Delibes se declara una
persona y un escritor que «necesita aire». Para su propia vida y para la de los
personajes.
Uno más tiene que ver con el ambiente y la condición
de sometidos y de marginados de casi todos Esos personajes, sobre todo por las
limitaciones que les impone la comunidad. Pero esa marginalidad les conduce a
vivir con una escala de valores muy reducida y poco elaborada; por esa
circunstancia, resulta mucho más pura y previsible, menos retorcida y más lúcidamente
elemental. Por todo ello, vienen a ser seres con los que es muy fácil
identificarse y emocionarse.
El tercero se refiere al aspecto moral que encaran las
novelas del escritor. Esta carga moral viene deducida por esa ambientación que
rodea a los personajes. No es, por tanto, un prejuicio moral ni religioso, sino
una denuncia social que termina por convertir estas obras en una acusación a
gritos de lo que el autor entiende como injusto.
El cuarto es la relación estrecha que el autor defiende
entre el autor persona y el autor novelista, la correspondencia que exige entre
la conducta vital y la escala de valores que se desprende de los actuantes en
sus novelas. Sus propias palabras son reveladoras al respecto: «Entre el
hombre que vive y el escritor no debe abrirse un abismo. ¿Es que hay en
común denominador entre todos los escritos de un escritor? Esto que no puede
dudarse cuando de las ideas de un filósofo se trata resulta más delicado al
aplicarlo a las novelas de un novelista. Yo he sostenido, sin embargo, que los novelistas
somos gentes de pocas ideas, ideas que con uno u otro ropaje reiteramos a lo largo
de nuestra obra. ¿Común denominador entonces?». (Del Discurso de apertura del
curso de verano de El Escorial, 15 de julio de 1991).
El quinto y último se desprende de todo lo anterior. O
lo sostiene como base, según se mire. Se trata de la visión pesimista que posee
acerca de la naturaleza y de su uso por parte del ser humano. Lo expresaba muy
bien y por extenso en el discurso del acto de recepción pública en la Real Academia
Española, el 25 de mayo de 1975. Se titula El sentido del progreso desde mi
obra. En él repasa su visión acerca del signo del progreso, el sentido que
de ese progreso se recoge en toda su obra literaria, el deseo de dominación
como eje de actuación del ser humano en el presente, las consecuencias nefastas
que eso produce en la naturaleza -en agresión, envilecimiento y esquilmación- y
el sentido del progreso que se manifiesta en su obra. Como se puede deducir, un
previsor, un adelantado y un avisador de todo lo que se nos viene encima casi
sin remedio.
He escrito algunas veces que Miguel Delibes tal vez no
haya sido ningún innovador espectacular en elementos formales en la novela. ¿Y
qué más da? Su literatura es clara, próxima, llena de sentido común, secreto y
luz a la vez del mejor y más sencillo de los mundos, secretario del más limpio
léxico rural, removedor de conciencias, adelantado a su tiempo, amante del
medio ambiente, cazador ecologista y ecologista cazador…, y ejemplo de
aproximación entre la escala de valores vital y aquella que se desarrolla en la
obra literaria.
Como he proclamado en numerosas ocasiones, yo no soy
de pueblo, sino orgullosamente de pueblo. Se puede deducir de ello la
proximidad que siento con este escritor y con todo lo que ha desarrollado en su obra
literaria. No soy ni cazador ni pescador, pero necesito el aire para poder
vivir, y la solidez de la naturaleza para entender mis enormes limitaciones como
ser humano. Como si el camino me indicara la dirección correcta hacia mí mismo
y hacia los demás; lejos de la epidemia que puebla las aceras y las calles. O
el menos para poder entenderlas mejor.
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