jueves, 11 de enero de 2024

LEYENDO A DELIBES

 LEYENDO A DELIBES

Leo varios de los discursos más importantes pronunciados por el escritor Miguel Delibes a lo largo de su vida. Me parecen absolutamente clarificadores para conocer el fondo significativo y el alcance de su obra. En todos repite los mismos principios, lo cual indica que son realmente la base en la que se sustenta su literatura. No son muchos, pero sí de gran alcance.

El primero puede describirse con el clásico «menosprecio de corte y alabanza de aldea». ¿Quién puede negar que las novelas de Delibes y que sus personajes obedecen a los condicionamientos del paisaje en el que crecen y actúan? Nini, el Mochuelo, el señor Cayo… La circunstancia espaciotemporal limita y da sentido a las actividades de todos ellos. Delibes se declara una persona y un escritor que «necesita aire». Para su propia vida y para la de los personajes.

Uno más tiene que ver con el ambiente y la condición de sometidos y de marginados de casi todos Esos personajes, sobre todo por las limitaciones que les impone la comunidad. Pero esa marginalidad les conduce a vivir con una escala de valores muy reducida y poco elaborada; por esa circunstancia, resulta mucho más pura y previsible, menos retorcida y más lúcidamente elemental. Por todo ello, vienen a ser seres con los que es muy fácil identificarse y emocionarse.

El tercero se refiere al aspecto moral que encaran las novelas del escritor. Esta carga moral viene deducida por esa ambientación que rodea a los personajes. No es, por tanto, un prejuicio moral ni religioso, sino una denuncia social que termina por convertir estas obras en una acusación a gritos de lo que el autor entiende como injusto.

El cuarto es la relación estrecha que el autor defiende entre el autor persona y el autor novelista, la correspondencia que exige entre la conducta vital y la escala de valores que se desprende de los actuantes en sus novelas. Sus propias palabras son reveladoras al respecto: «Entre el hombre que vive y el escritor no debe abrirse un abismo. ¿Es que hay en común denominador entre todos los escritos de un escritor? Esto que no puede dudarse cuando de las ideas de un filósofo se trata resulta más delicado al aplicarlo a las novelas de un novelista. Yo he sostenido, sin embargo, que los novelistas somos gentes de pocas ideas, ideas que con uno u otro ropaje reiteramos a lo largo de nuestra obra. ¿Común denominador entonces?». (Del Discurso de apertura del curso de verano de El Escorial, 15 de julio de 1991).

El quinto y último se desprende de todo lo anterior. O lo sostiene como base, según se mire. Se trata de la visión pesimista que posee acerca de la naturaleza y de su uso por parte del ser humano. Lo expresaba muy bien y por extenso en el discurso del acto de recepción pública en la Real Academia Española, el 25 de mayo de 1975. Se titula El sentido del progreso desde mi obra. En él repasa su visión acerca del signo del progreso, el sentido que de ese progreso se recoge en toda su obra literaria, el deseo de dominación como eje de actuación del ser humano en el presente, las consecuencias nefastas que eso produce en la naturaleza -en agresión, envilecimiento y esquilmación- y el sentido del progreso que se manifiesta en su obra. Como se puede deducir, un previsor, un adelantado y un avisador de todo lo que se nos viene encima casi sin remedio.

He escrito algunas veces que Miguel Delibes tal vez no haya sido ningún innovador espectacular en elementos formales en la novela. ¿Y qué más da? Su literatura es clara, próxima, llena de sentido común, secreto y luz a la vez del mejor y más sencillo de los mundos, secretario del más limpio léxico rural, removedor de conciencias, adelantado a su tiempo, amante del medio ambiente, cazador ecologista y ecologista cazador…, y ejemplo de aproximación entre la escala de valores vital y aquella que se desarrolla en la obra literaria.

Como he proclamado en numerosas ocasiones, yo no soy de pueblo, sino orgullosamente de pueblo. Se puede deducir de ello la proximidad que siento con este escritor y con todo lo que ha desarrollado en su obra literaria. No soy ni cazador ni pescador, pero necesito el aire para poder vivir, y la solidez de la naturaleza para entender mis enormes limitaciones como ser humano. Como si el camino me indicara la dirección correcta hacia mí mismo y hacia los demás; lejos de la epidemia que puebla las aceras y las calles. O el menos para poder entenderlas mejor.  

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