LO REAL Y LO POSIBLE
Se dice que gobernar es hacer real el arte de lo
posible. Me parece una definición optimista y abierta a todo tipo de
interpretaciones y justificaciones Y, por tanto, peligrosa, si no se interpreta
bien.
En este mes de enero, ya mediado, el Congreso ha
vuelto a sus tareas de legislar y ha aprobado un grupo de Decretos de largo
alcance. Es su labor, legislar, y hacerlo de acuerdo con la ideología que
sustenta al Gobierno y con las posibilidades que la Cámara ofrezca. Es el juego
democrático.
Sin embargo, habría que tener cuidado para no reducir
los acuerdos a una suma simplemente numérica en la que la bondad o maldad tenga
que ver solo con alcanzar la mayoría numérica necesaria para aprobar cualquier
ley.
Según se me alcanza, hay tres niveles que se deben
conjugar y que tienen sus límites precisos.
El primero es el de presentar -y en su caso aprobar-
solo aquello que resista el análisis de la ideología del partido que presenta
la iniciativa. Lo contrario sería una mentira, una incoherencia y una
degradación de las ideas.
El segundo tiene que ver con los límites
constitucionales a los que también el legislativo tiene que someterse. Es
verdad que para ello se cuenta posteriormente con el poder judicial, que, en el
órgano del Constitucional, decidirá esta cuestión.
El último tendría que apuntar a la consideración de
las consecuencias que la ley en cuestión acarrea, del camino que se va marcando
con la aprobación de leyes en una mirada a largo plazo.
Con estos tres niveles, podríamos embridar cualquier
comentario y razonamiento acerca de la tarea de nuestros representantes
políticos. Es el comentario y el razonamiento aquello que nos está reservado a
todos los que no nos sentamos en las Cortes, pero somos personas.
Sobre el primer nivel, me parece que no es fácil poner
un límite; pero exijo que se expliquen con claridad los bandazos que se
observan en los partidos en períodos cortos de tiempo, que no hacen otra cosa
que traer de cabeza a los electores. Una ideología es un conjunto de principios
enlazados que tratan de dar una explicación racional de la vida y de cómo
encauzarla en beneficio de la comunidad. Modificarla exige siempre una
explicación clara.
Sobre el segundo, poco o nada se me ocurre, salvo el
deseo de que el legislativo trabaje, se le deje trabajar y elimine en todo lo
posible cualquier olor a política. Su trabajo es el de obreros de la justicia y
nada más.
El tercero es de más largo alcance y, si cabe, más
peligroso. Aprobar una norma que contraviene tus propios principios puede justificarse
porque hay momentos en los que el bien mayor justifica algún mal menor. La
enfermedad se agrava cuando se suman muchas decisiones que apuntan en la misma
dirección; en ese caso, se va abriendo un camino que, poco a poco y de manera
insensible, se convierte en vía ancha y hasta en carretera; de tal manera, que
se llega a un momento o situación en los que ya no hay posibilidad de dar
marcha atrás.
La reflexión de hoy no es azarosa; responde a la
consideración de que algo así se está produciendo con el grueso de la
legislación que se va aprobando en relación con las competencias cedidas a los
territorios y, más en concreto, a los partidos independentistas. El recorrido
es ya muy largo y el cuerpo legislativo en esta dirección es muy grande. Que
algo se disfrace de político, de legal y de necesario (hacer de la necesidad
virtud) no evita ninguna de sus consecuencias. Un pantano se puede quedar sin agua
tanto por un derrumbe de la presa como por una débil fuga duradera que puede pasar
inadvertida. Al final, el resultado es el mismo: cuando vamos a echar mano del
agua, el recipiente está vacío. La metáfora me evita tener que ser más
explícito. Pero puedo acudir a otro ejemplo de hoy mismo. Leo en un periódico
deportivo que la liga de fútbol ha decidido homenajear a la policía con el
saque de honor en cada partido de esta jornada, por su 200 aniversario. La
razón me parece muy débil y se podría argumentar en contra, pero eso poco
importa. Este es el comentario de un aficionado vasco: «Si aquí tenemos
Ertzaintza, mientras que la Policía Nacional es anecdótica y no forma parte de
nuestro día a día, no sé por qué la vamos a homenajear. Que lo hagan donde
prestan servicio. Aquí yo llevo años sin ver siquiera un agente. Bueno, en el
aeropuerto. Y ya». Explica bien lo que vengo afirmando y se explica por sí
solo.
Admitir la legalidad de un precepto no implica estar
de acuerdo con su contenido. Y, que yo sepa, no es obligatorio ceder tus
propios principios para alcanzar una mayoría numérica. Eso ya lo hacían los
hermanos Marx en sus películas.
En estos días me encuentro absolutamente desconcertado
viendo cómo la derecha política reclama públicamente (no sé si por convicción o
por interés político) igualdad entre todos los ciudadanos españoles. Los
pájaros a las escopetas. Había creído, y creo, que este es uno de los
principios básicos de la izquierda. Y no solo eso, sino que la izquierda
reclamaba, y debe seguir reclamando, para esa igualdad, más de los que más
tenían y les daba más a los que menos tenían.
Cosas veredes, amigo Sancho.
Si al menos se cubriera todo con un buen manto de
lealtad y de solidaridad… Pero estas palabras parecen haber caído en desuso. Y
así, todo se vuelve niebla y confusión.
Principios, ideología, igualdad,
solidaridad, lealtad… Palabras que no deberían caer en el baúl de los
arcaísmos.
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