viernes, 30 de agosto de 2024

LA MADRE

 LA MADRE

Está el hogar callado. Es la mañana,

cuando la luz apunta y el silencio

deja paso al murmullo de la vida.

La madre anda juntando en la cocina

un humilde haz de leña para el fuego.

Encima de la lancha de la lumbre

quedan restos de ayer, algún rescoldo

que se olvidó de arder y guarda la ceniza.

Su soplo tenue aviva una alta llama

y todos los cacharros de la casa

se despiertan y vienen presurosos

a ser ya del hogar la melodía.

Las trébedes se agitan, 

los pucheros se arriman

al crepitar alegre de las ramas,

las sartenes se ofrecen

para freír, alegres, los tocinos

que han de ser alimento en el almuerzo

junto al pobre puchero de patatas…


Se ha puesto en pie la vida y todo canta

las notas de una humilde epifanía.


Es la madre la que he encendido el fuego,

el fuego agradecido de la vida;

la madre, que redime cada día

el callado dolor de la pobreza

y aviva un fuego que ilumina el mundo

con su soplo de amor y de silencio.


El niño la contempla y se complace,

siente, piensa y comprende que la madre

define con su amor lo que es el fuego

que enciende y da sentido al universo.

lunes, 26 de agosto de 2024

FLOR DE ESTÍO

FLOR DE ESTÍO

Me declaro rendido y sin las fuerzas

que me ofrece la luz de cada día;

soy un ser desvaído, refugiado

en los difusos brazos de la supervivencia.

Mi piel quiere sentirse nuevamente

en el reino del frío, que los vientos

anulen el poder de la temperatura

y que mi cuerpo explore lo que existe

dentro y fuera de sí, como el que vive

formando parte de un todo que ama

lo que en su interior vive y respira.


Mientras tanto, no quiero ser hipérbole;

pero he de confesar que, en este estado,

me duele hasta existir y solo pienso

en los días del frío y del invierno.


Entonces volveré a ser suplicante

del sol y del estío: soy tan pobre

que voy de extremo a extremo sin remedio.

lunes, 19 de agosto de 2024

CITIUS, ALTIUS, FORTIUS

 CITIUS, ALTIUS, FORTIUS

Es este el lema olímpico que lo mismo sirve para un roto que para un descosido. “Más rápido, más alto, más fuerte”. Y a tirar millas.

¿Qué es eso de más rápido, más alto, más fuerte? La respuesta está en la pista. O no.

Las olimpiadas modernas concitan la curiosidad y el esfuerzo de deportistas de todo el mundo, y deberían recoger estas tres ideas: excelencia, aspiración internacionalista y defensa de la paz. Por detrás de todo ello andan apariencias, esfuerzos, planificaciones, premios, desencantos, ocultaciones, papanatismos y toda una casi infinita gama de variables.

La excelencia queda recogida en cada prueba deportiva y en los récords que se alcanzan; pero queda también en la memoria de todos los que se han esforzado y no suben al podio (al poyo) a recoger medallas. Una vez más, por uno que sube, un número muy grande de competidores queda abajo y con la miel en los labios. Y esta sociedad alaba mucho la competitividad, pero poco la competencia y el esfuerzo, ese que lleva a cada uno hasta un lugar de la escala acorde con sus posibilidades. De la medalla al diploma no hay más que un paso, tal vez una zancada o un segundo; del diploma a la eliminación solo media otro pasito físico, pero un abismo en el reconocimiento que va de la gloria al olvido. Junto a un héroe, un montón de fracasados. Mucho, por tanto, que mejorar y un concepto al que hay que darle vueltas. Sobre todo, en este mundo con una escala de valores en la que la apariencia y el escaparate parece lo único que tiene valor.

El internacionalismo quiere allanar esas fronteras que marcan los países y poner por encima de ellos a las personas y a sus esfuerzos y resultados. Algo de eso hay, pero solo algo. Véase de dónde proceden las delegaciones de deportistas más numerosas y búsquense relaciones con los países más poblados, pero, sobre todo, más poderosos económicamente. Búsquese la misma relación entre número de medallas y países más ricos y extráiganse consecuencias. Extraordinaria la intención del COI. Resultados manifiestamente mejorables.

La defensa de la paz como aspiración y grito entre los participantes resuena en el silencio cuando compiten rivales de países que se hallan enfrentados en tensiones o guerras. Pero fuera de los estadios siguen silbando las balas y los misiles continúan destrozando vidas en una guerra sin fin. La otra guerra, la del hambre y la de la injusticia, no se toma ni un respiro. Los discursos y los abrazos entre deportistas parecen coces contra en aguijón. Acaso necesitamos más gritos y más altavoces para gritar contra esas balas destructoras.

Y, para rematar, el papanatismo recurrente hacia Hollywood, ese lugar que parece tener obnubiladas las mentes de casi todo el planeta. ¡Qué adelanto para la humanidad que un actor de los Estados Unidos descendiera como un ángel salvador de los cielos y que transportara la antorcha simuladamente hasta el otro lado del charco! ¡Lo nunca visto! ¡Extraordinario! ¡Una carrerilla para él y un gran paso para la humanidad! ¡Que le alcen altares de adoración en un nuevo Olimpo! ¡Dónde se ha visto cosa igual! ¡Queremos tu bendición y, de paso, un hijo tuyo! No exagero: repasen las televisiones y saquen conclusiones. 

No sé en qué medida se corresponden las intenciones con los resultados, ni en qué forma se siguen respetando los ideales que deben regir estas magnas competiciones. Hay otra realidad detrás de todo que orada los edificios y los deja un poco vacíos de contenido.

Pero habrá que seguir en la pelea. Cada día y cada hora. Citius, altius, fortius.

jueves, 15 de agosto de 2024

¿VIAJAR?

 

¿VIAJAR?

Fecha señalada en mi calendario como inicio de un viaje definitivo del que debo guardar el más cariñoso recuerdo. Un anillo más en la cadena de los tiempos y de las generaciones, pero aquel al que me agarro y que me cedió el testigo, ese que yo debo dar a los que me sigan en el tiempo y en la conciencia. Recuerdo que debe permanecer siempre en la memoria.

Otros viajes son más acotados en el calendario. Son las hileras de hormigas que se forman en las carreteras, en las estaciones y en los aeropuertos. ¿Hacia dónde camina tanta gente? ¿Qué buscan en el cambio y en el viaje? ¿Qué hay de costumbre, de moda o de necesidad?

La vida se consume en un viaje, en un de acá para allá sin rumbo fijo, sin saber bien a dónde hay que ir ni dónde hay que sacar el billete o cuál es la estación en la que hay que bajarse.

Todo es contradictorio. Junto al sol y el agua se juntan los días de espera, las prisas de preparación, las aglomeraciones en casi todos los sitios, los despilfarros en gastos de todo tipo, los horarios descontrolados y los desajustes en la serenidad del cuerpo y del ánimo, los desembolsos de lo que no se tiene, las contaminaciones a gogó, las descompensaciones entre lugares atestados de gente y comarcas vacías, los desajustes en servicios públicos, las quejas de todo tipo de la naturaleza, el mundo de apariencias que se crea desde las palabras y las fotografías en lugares por los que se pasa sin detenerse un rato…

En este país de todos los demonios, todo se agrava un poco. Nos visitan gentes de todo el mundo, la industria turística representa un bocado goloso de nuestra economía. Por todas partes se promociona el aspecto económico que esto representa. Pero, al minuto siguiente, casi con tono lastimero, nos quejamos de las sequías, del calentamiento global, de las olas de calor, de los incendios, de la invasión de pisos turísticos, de las aglomeraciones en playas y calles, de la contaminación por todas partes y de todas maneras, de la falta de agua, de la subida de precios, de…

Viajar debería suponer conocer otras culturas, otras formas de vida, otras formas de entender nuestro paso por el tiempo. Todo ello suponiendo que queden por ahí esas otras formas de vida, porque la globalización lo ha puesto todo casi imposible y viajar a Londres para comprar en Zara tal vez no merezca la pena. De nuevo recuerdo la afirmación de Borges cuando decía que el mejor viaje se podía hacer desde una biblioteca y desde las páginas de un libro. Porque aquellos viajeros románticos de mochila al hombro y zapatillas de camino o no existen o no queremos que sean visibles, porque no interesan al mercado. Hasta el Camino de Santiago se ha vuelto una romería.

Y, mientras tanto, los lugares próximos, esos que están ahí al lado, a la vuelta de la esquina, siguen en el olvido, el peor de los desprecios. Siempre pongo el ejemplo de aquellos que se gastan lo que no tienen para darse un paseo en barco por el Danubio (precioso ejercicio, por otra parte), pero desconocen la hermosa pesquera del río de su pueblo.

Como los pueblos de media España están de fiesta estos días, no estaría mal que, en sus programaciones festivas, incluyeran actividades encaminadas a conocer el término municipal y sus componentes, ese espacio que los vio nacer y que los acogió en la vida, esa que ahora anda desparramada por el mundo.

Entretanto, las vías siguen llenas, las carreteras atascadas y los aeropuertos sin dar tregua. Lo que no se nos va en lloros se nos va en suspiros. La vida sigue en sus contradicciones. “Y Dios dirá, que está siempre callado”.

lunes, 12 de agosto de 2024

TÓPICOS

 

 TÓPICOS

A la sombra de un árbol y al regusto de una brisa que apacigua los calores veraniegos, leo a dos personas una cita de pie de página que aparece como explicación en un libro de Ovidio; exactamente en el libro IV, 4 de las Tristias. Dice así: «Esa virgen pelópida es Ifigenia, hija de Agamenón, que, a su vez, era nieto de Pélope. Según la leyenda, Agamenón había incurrido en la cólera de la diosa Ártemis y la flota aquea estaba paralizada en Áulide. Interrogado el adivino Calcante sobre el particular, contestó que Ártemis sería aplacada si le ofrecía a su hija Ifigenia, que estaba en Micenas. Se resistió al principio, pero cedió después y, llamando a su hija con otro pretexto, la mandó inmolar. Pero, en el instante supremo, la diosa se apiadó de ella, puso en su lugar una cierva y se la llevó a Táuride, donde la hizo su sacerdotisa».

Las personas que escuchan no están muy versadas en asuntos griegos (yo tampoco debo sacar pecho), pero enseguida encuentran un parecido a esta leyenda. No es muy difícil acertar. Las dos responden a la vez recordando la historia bíblica de Abraham y su hijo Isaac.

La leyenda de Ifigenia en Táuride es recogida en obra de teatro por Eurípides en el s. V a. C. Por muchas vueltas que le demos al relato de Abraham, resultará imposible no pensar en que leyendas tan similares que parecen la misma existían en distintas culturas y que unas se copiaban a las otras.

Vivimos instalados en viejos tópicos que damos por buenos y por originales, cuando, en realidad, son leyendas que hunden sus raíces en la noche de los tiempos y que vienen a representar cualquier idea universal de esas poquitas que componen la base del ser humano de cualquier tiempo y lugar.

Para la que nos ocupa, ¿cuánto hay de temor?, ¿cuánto de fidelidad?, ¿cuánto de fe?, ¿cuánto de miedo?, ¿cuánto de…? Pues ahí están, creando culturas, asentando religiones, sosteniendo guerras, calmando consuelos, destruyendo razones, alimentando injusticias, sosteniendo costumbres…

¿Ártemis? ¿Yahvé? ¿Les buscamos otros rostros actuales?

Tópicos, tópicos y más tópicos.

lunes, 5 de agosto de 2024

RITOS Y RITUALES

 RITOS Y RITUALES

¿Tiene algún sentido dedicar tiempo a conocer todo lo que compone el mundo de los dioses, héroes y demás fauna mitológica en la época clásica?

Yo ya accedo a los libros un poco por casualidad y por impulso: quiero decir que no me planteo la lectura de un número extenso de volúmenes que me den una visión casi completa de un aspecto cultural: ya no estoy para esas carreras ni me interesa estarlo. En todo caso, el mundo clásico me gusta y a él vuelvo con frecuencia; más al mundo griego que al romano, aunque en buena parte son el mismo. Como, además, tengo a la vista unos anaqueles repletos de estos tesoros, la vista y las manos se me van a ellos sin darme cuenta.

Hace ya bastantes años tuve la osadía de reinterpretar y recrear las Metamorfosis de Ovidio. Fue un trabajo arduo del que quedé satisfecho. Leí y he seguido leyendo otras obras del mismo autor. Hace tan solo unos momentos he vuelto a los Fastos, obra que resulta ser una fuente casi inagotable de referencias a las costumbres, ritos y fiestas de la Roma antigua.

En todas las ocasiones, el lector -yo también- se encuentra con la dificultad añadida de reconocer la identidad de los diversos dioses, héroes y demás acompañantes. Todo se complica por las diversas formas que se usan para ese reconocimiento. Un dios, por ejemplo, es el que es; pero también se le moteja por se hijo de, por los hermanos que tiene, por los amoríos en los que interviene, por los lugares en los que anduvo, por los lugares en los que se hallen los templos que les tengan dedicados, por las hazañas que realizara, por su descendencia, por… De ese modo, los nombres aplicados a un mismo dios o héroe se multiplican y tejen una red que no hay quien la desenrede. No hay más que ver que los especialistas dedican casi todo su trabajo en aclarar en pie de página cada una de estas apelaciones. Un lector normal lo tiene complicado y puede caer en la tentación de cerrar el libro y de mandar a los dioses al olimpo del olvido.

Me parece que toda esta erudición se convierte en un sentimiento de tristeza, porque todo se aliviaría si las denominaciones se simplificaran, a pesar de que ello fuera en detrimento de la altura literaria.

Es que, por lo demás, ese mundo es riquísimo y divertidísimo, es un juego continuo y una forma de entender cómo la evolución en el mundo de la religión y de los ritos ha ido cambiando, más en la forma que en el contenido. ¿O qué son los actuales santuarios, las iglesias, las ermitas o cualquier otro lugar con sentido sagrado? 

En ninguna época del año se puede comprobar esto con más intensidad. De hecho, es ahora cuando se prodigan las advocaciones a los santos patronos y se celebran más fiestas patronales por todas partes. Tal vez porque el esquema mental no ande tan cambiado como parece.

Sin embargo, las formas de celebración se modifican y las generaciones nuevas invocan a otros dioses distintos, más próximos y menos poderosos, con menos metemiedos y más sensualidad. Algo que no certifica ni su bondad ni su maldad.

Los tiempos giran. Del caos al mito, del mito a la religión, de la religión a la razón, de la razón a… 

La respuesta está en el viento.