lunes, 19 de agosto de 2024

CITIUS, ALTIUS, FORTIUS

 CITIUS, ALTIUS, FORTIUS

Es este el lema olímpico que lo mismo sirve para un roto que para un descosido. “Más rápido, más alto, más fuerte”. Y a tirar millas.

¿Qué es eso de más rápido, más alto, más fuerte? La respuesta está en la pista. O no.

Las olimpiadas modernas concitan la curiosidad y el esfuerzo de deportistas de todo el mundo, y deberían recoger estas tres ideas: excelencia, aspiración internacionalista y defensa de la paz. Por detrás de todo ello andan apariencias, esfuerzos, planificaciones, premios, desencantos, ocultaciones, papanatismos y toda una casi infinita gama de variables.

La excelencia queda recogida en cada prueba deportiva y en los récords que se alcanzan; pero queda también en la memoria de todos los que se han esforzado y no suben al podio (al poyo) a recoger medallas. Una vez más, por uno que sube, un número muy grande de competidores queda abajo y con la miel en los labios. Y esta sociedad alaba mucho la competitividad, pero poco la competencia y el esfuerzo, ese que lleva a cada uno hasta un lugar de la escala acorde con sus posibilidades. De la medalla al diploma no hay más que un paso, tal vez una zancada o un segundo; del diploma a la eliminación solo media otro pasito físico, pero un abismo en el reconocimiento que va de la gloria al olvido. Junto a un héroe, un montón de fracasados. Mucho, por tanto, que mejorar y un concepto al que hay que darle vueltas. Sobre todo, en este mundo con una escala de valores en la que la apariencia y el escaparate parece lo único que tiene valor.

El internacionalismo quiere allanar esas fronteras que marcan los países y poner por encima de ellos a las personas y a sus esfuerzos y resultados. Algo de eso hay, pero solo algo. Véase de dónde proceden las delegaciones de deportistas más numerosas y búsquense relaciones con los países más poblados, pero, sobre todo, más poderosos económicamente. Búsquese la misma relación entre número de medallas y países más ricos y extráiganse consecuencias. Extraordinaria la intención del COI. Resultados manifiestamente mejorables.

La defensa de la paz como aspiración y grito entre los participantes resuena en el silencio cuando compiten rivales de países que se hallan enfrentados en tensiones o guerras. Pero fuera de los estadios siguen silbando las balas y los misiles continúan destrozando vidas en una guerra sin fin. La otra guerra, la del hambre y la de la injusticia, no se toma ni un respiro. Los discursos y los abrazos entre deportistas parecen coces contra en aguijón. Acaso necesitamos más gritos y más altavoces para gritar contra esas balas destructoras.

Y, para rematar, el papanatismo recurrente hacia Hollywood, ese lugar que parece tener obnubiladas las mentes de casi todo el planeta. ¡Qué adelanto para la humanidad que un actor de los Estados Unidos descendiera como un ángel salvador de los cielos y que transportara la antorcha simuladamente hasta el otro lado del charco! ¡Lo nunca visto! ¡Extraordinario! ¡Una carrerilla para él y un gran paso para la humanidad! ¡Que le alcen altares de adoración en un nuevo Olimpo! ¡Dónde se ha visto cosa igual! ¡Queremos tu bendición y, de paso, un hijo tuyo! No exagero: repasen las televisiones y saquen conclusiones. 

No sé en qué medida se corresponden las intenciones con los resultados, ni en qué forma se siguen respetando los ideales que deben regir estas magnas competiciones. Hay otra realidad detrás de todo que orada los edificios y los deja un poco vacíos de contenido.

Pero habrá que seguir en la pelea. Cada día y cada hora. Citius, altius, fortius.

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