jueves, 5 de febrero de 2015

LIBERTAD A SORBITOS




Y volviendo al asunto aquel de la LIBERTAD como concepto y como práctica, y dando por hecha la dificultad de la definición, ¿qué sucede con su práctica?
Tal vez lo mejor y más sensato es partir del reconocimiento de que el concepto absoluto no existe; solo podemos hablar y practicar ciertas aproximaciones e identificar ciertos momentos en los que parece que andamos un poco más cerca de algo que se le parece. Es pobre, pero es lo que hay. Y no es tan poco como parece.
El rasgo que más me llama la atención es el de la aparente contradicción entre la práctica de la libertad y la vida en comunidad. La vida en el grupo exige el cumplimiento de toda una panoplia de normas, usos y costumbres de las que no es sencillo desprenderse si uno no quiere irse distanciando y aislándose del roce diario y del menudeo continuo en el trato. Las costumbres están ahí y se imponen silenciosamente, como una fuerza invisible pero que te dora como el viento en la montaña; lo mismo sucede con las leyes y con esa escala de valores que se da por hecha, que no se cuestiona y que se sigue como si de axiomas se tratara.
En medio de todo ese almacén de imposiciones comunes, el individuo trata de forjarse una visión del mundo y de sí mismo que no tiene por qué coincidir con la de los demás y que, con toda seguridad, no es la misma al menos en muchas de sus variantes. Y, cuanto más se preocupe uno por esa forja personal, más se va apartando de lo grosero y mostrenco, de lo común y cotidiano, de lo repetido y supuesto. La otra variante es dejarse llevar por la corriente y solazarse al abrigo de la masa y de sus usos comunes y de sus tradiciones. Ya se sabe, echar la partida, ver el partido, buscar trabajo, comprar en las rebajas, irse de vacaciones, comprar un coche, casarse, aspirar a una pensión, realizar ciertas prácticas religiosas…, en fin, todo eso que te lleva y te arrastra.
No parece la mejor esta segunda opción precisamente. Pero tampoco resulta demasiado agradable decidirse solo por la primera. La soledad, cuando no la exclusión, pueden resultar muy costosas, si no son realmente buscadas y promovidas.
¿Cómo hacer mezcla productiva de esas dos fuerzas centrífugas que tiran del individuo en direcciones contrarias? ¿Dónde están los porcentajes correctos? Yo lo desconozco, pero soy consciente de que no hay libertad sin apartamiento, sin algo de soledad y con un grado notable de marginalidad. Acaso es el precio que hay que pagar para ser uno un poco más uno mismo, un camino personal en medio de esta vía ancha que nos acoge a todos pero que nos debería permitir andar a cada cual por su carril, sin molestar a nadie y tratando de reconocernos a nosotros mismos en este paso del tiempo.
Lo general y mostrenco nos mantiene siempre en el presente, nos priva de la ilusión del futuro, nos niega la reflexión acerca del pasado, nos convierte en autómatas y nos deshumaniza, nuestro horizonte se hace raya en nuestros ojos y, cuanto más almacenamos, más necesidades nos creamos en un camino interminable y agotador.

Sigo creyendo que la mejor inversión está en la educación y en el tiempo libre. Quiero seguir comprando tiempo libre para la reflexión, para caminar hacia mí mismo y para alejarme de las imposiciones de la moda y de los modelos esos que me roban la conciencia de mí mismo y de mi propia realidad. Ya sé que los tiempos no empujan en esa dirección y que el precio que hay que pagar no es pequeño. No será poco ser conscientes de ello. Y aspirar, sin aspavientos, a conseguir algún ratito de libertad.

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