Y volviendo al asunto aquel de
la LIBERTAD como concepto y como práctica, y dando por hecha la dificultad de
la definición, ¿qué sucede con su práctica?
Tal vez lo mejor y más sensato
es partir del reconocimiento de que el concepto absoluto no existe; solo
podemos hablar y practicar ciertas aproximaciones e identificar ciertos
momentos en los que parece que andamos un poco más cerca de algo que se le
parece. Es pobre, pero es lo que hay. Y no es tan poco como parece.
El rasgo que más me llama la
atención es el de la aparente contradicción entre la práctica de la libertad y
la vida en comunidad. La vida en el grupo exige el cumplimiento de toda una
panoplia de normas, usos y costumbres de las que no es sencillo desprenderse si
uno no quiere irse distanciando y aislándose del roce diario y del menudeo
continuo en el trato. Las costumbres están ahí y se imponen silenciosamente,
como una fuerza invisible pero que te dora como el viento en la montaña; lo
mismo sucede con las leyes y con esa escala de valores que se da por hecha, que
no se cuestiona y que se sigue como si de axiomas se tratara.
En medio de todo ese almacén
de imposiciones comunes, el individuo trata de forjarse una visión del mundo y
de sí mismo que no tiene por qué coincidir con la de los demás y que, con toda
seguridad, no es la misma al menos en muchas de sus variantes. Y, cuanto más se
preocupe uno por esa forja personal, más se va apartando de lo grosero y
mostrenco, de lo común y cotidiano, de lo repetido y supuesto. La otra variante
es dejarse llevar por la corriente y solazarse al abrigo de la masa y de sus usos
comunes y de sus tradiciones. Ya se sabe, echar la partida, ver el partido,
buscar trabajo, comprar en las rebajas, irse de vacaciones, comprar un coche,
casarse, aspirar a una pensión, realizar ciertas prácticas religiosas…, en fin,
todo eso que te lleva y te arrastra.
No parece la mejor esta
segunda opción precisamente. Pero tampoco resulta demasiado agradable decidirse
solo por la primera. La soledad, cuando no la exclusión, pueden resultar muy
costosas, si no son realmente buscadas y promovidas.
¿Cómo hacer mezcla productiva
de esas dos fuerzas centrífugas que tiran del individuo en direcciones
contrarias? ¿Dónde están los porcentajes correctos? Yo lo desconozco, pero soy
consciente de que no hay libertad sin apartamiento, sin algo de soledad y con
un grado notable de marginalidad. Acaso es el precio que hay que pagar para ser
uno un poco más uno mismo, un camino personal en medio de esta vía ancha que
nos acoge a todos pero que nos debería permitir andar a cada cual por su
carril, sin molestar a nadie y tratando de reconocernos a nosotros mismos en
este paso del tiempo.
Lo general y mostrenco nos
mantiene siempre en el presente, nos priva de la ilusión del futuro, nos niega
la reflexión acerca del pasado, nos convierte en autómatas y nos deshumaniza,
nuestro horizonte se hace raya en nuestros ojos y, cuanto más almacenamos, más
necesidades nos creamos en un camino interminable y agotador.
Sigo creyendo que la mejor
inversión está en la educación y en el tiempo libre. Quiero seguir comprando
tiempo libre para la reflexión, para caminar hacia mí mismo y para alejarme de
las imposiciones de la moda y de los modelos esos que me roban la conciencia de
mí mismo y de mi propia realidad. Ya sé que los tiempos no empujan en esa
dirección y que el precio que hay que pagar no es pequeño. No será poco ser
conscientes de ello. Y aspirar, sin aspavientos, a conseguir algún ratito de
libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario