LA PLENITUD DEL ÁRBOL
(magnolio en el Convento de San
Francisco)
De pronto vi la imagen más altiva
de aspiración al cielo en el
magnolio.
Sus hojas en la copa se besaban
con el perfil del aire en los
tejados,
y era su flecha una
canción de luz
frente a la sinrazón de las
tormentas.
Al tronco se abrazaban el paso
de los años,
las lunas y los rayos, los
vestigios
de todo crecimiento, la
memoria
de la celebración de tantos
nombres,
los ecos de los sones celestes
en los claustros.
Suspiraban las raíces por la
savia
y por la fuente oscura
de manantiales hondos y
escondidos,
por descifrar el centro y el
vacío.
Todo él era perfecto centinela,
monje esculpido y denso
con los votos perpetuos, evidencia
del paso inexorable de los
restos del tiempo.
Yo también era un árbol sorprendido
en el jardín sencillo y
recoleto,
al lado del magnolio y de la
fuente
que manaba oraciones en
silencio.
La luz se desnudaba en todo lo
visible y lo invisible,
y yo abrazaba al árbol con la
fuerza
de dos fieles amantes,
que se descubren íntimos
en el silencio gris de las
estatuas.
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