Hablaba con alguien ayer mismo (después
de unos días con la presencia de mis nietos en los que lo demás importa poco o
nada) acerca de la soledad y de su encarnación y encarnadura en alguna de las
personas que conocemos.
Cada vez tengo menos dudas de que es
la enfermedad más peligrosa y más grave, la más extendida y la más descuidada
por la medicina social. Quiero decir por todos nosotros en el día a día. El
asunto es tan grave y tiene tal largo alcance, que bien podría crearse uno de
esos días que tanto abundan dedicado a su conocimiento y a intentar sus
cuidados paliativos. Ahí querría yo ver también a todos los representantes
sociales y políticos porque yo en eso sí que les pongo falta. Me entienden, ¿verdad?
Sí, creo que con cuidados paliativos
tendríamos que consolarnos porque su extinción se me antoja imposible en la
escala de valores bajo la cual actúa y se mueve esta sociedad. Porque el
asunto, como siempre, va de valores y de los empeños que queramos prestar, y,
lo mismo que decimos que no son buenos tiempos para la lírica, también podemos
afirmar que no corren buenos tiempos para los que se sienten solos.
Es verdad que la primera soledad en la
que pensamos es la soledad física, aquella en la que un ser se halla privado de
la presencia física de otro ser son el que comunicarse y con el que compartir
vivencias de cualquier tipo. Es la primera y principal, pero no la única. A
inventar un vademécum de recetas y de remedios para paliarla deberíamos dedicar
esfuerzos y ganas. Claro que no acertaremos con las medicinas si antes no hemos
indagado en las causas que la provocan. Es enfermedad, por otra parte, que
ataca a todos y contra la que debemos actuar preventivamente. Se habla, por
supuesto, de la soledad no buscada; la otra está plena de sonidos y de
bienestar: “la soledad sonora, el aire que recrea y enamora…”
Pero, si esta es la epidemia mayor y más
grave, ¿quién piensa y actúa contra la soledad económica, esa que retira del
escalafón a tantas personas y las deja solas en el camino de la búsqueda de la
supervivencia cada día? ¿Y la soledad mental? ¿Qué pasa con todos aquellos que
no encajan en sus pensamientos con la escala mostrenca que guía el quehacer de
la sociedad y que lleva a casi todos a empujones a los usos y costumbres más
groseros e instintivos, a las prácticas más tribales y a los deseos más
repetidos? ¿Qué hace toda esta gente, se calla, se rebela, se esconde, se
convierte al estoicismo, se interna en el karma, se refugia en un convento de
cartujos…?
Por poner un ejemplo de hoy mismo y
visual para todo el mundo. ¿Qué puede hacer un habitante de Pamplona al que no
le gusten los toros, ni los encierros, ni las masas acumuladas en una plaza, ni
la procesión, ni el bullicio de día y de noche, ni la fiesta consistente casi
exclusivamente en beber, comer y bailar? Porque no es difícil imaginar que
alguna persona habrá en esa ciudad con una escala de valores algo diferente a
la que se describe. Pues que no se le ocurra levantar la voz porque puede ser
tildado de cualquier cosa por no seguir los dictados de la masa embrutecida. Cualquier
ejemplo cercano nos pude servir de la misma manera. No hace falta concretar más.
En fin, soledad de soledades. Qué
hermosa si se busca y cómo te castiga cuando llega sin llamar a la puerta y te
deja solo ante el tiempo y el espacio en el que vives.
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