Tras
una larga espera y sin decir adiós a la pandemia, se inauguran en Tokio los
Juegos Olímpicos. He visto una buena parte de esta sesión inaugural porque me
parece que es el acto que mejor recoge el espíritu de estas reuniones
deportivas mundiales. Todo ha estado impregnado por el contexto de la
enfermedad, que dura y no se acaba: los desfiles, los discursos, las
actuaciones… Todo.
Estuve
hace tan solo dos años en Grecia, en un viaje casi iniciático, y recorrí y
viví, entre otros, los espacios de Olimpia, cuna de estos juegos en la Antigüedad.
Creo que conozco bastante bien el significado clásico de estas actividades, lo
que allí congregaba a las gentes y lo que de todo aquello se derivaba.
Esencialmente,
el espíritu se mantiene, al menos en las intenciones; no sé si también en la
realidad. Es el espíritu de concordia, el de la igualdad de oportunidades, el
de la convivencia, el de la alegría, el del paso de la rivalidad del campo de
las guerras al del enfrentamiento reglado y pacífico, la del alto el fuego y la
tregua, la de intentar por un tiempo solucionar las diferencias pacíficamente y
no a palos…Es verdad que hay -y había en Grecia- una buena ración de exhibición
y de lucimiento, pero al menos se hace con orden y de acuerdo con unas reglas
acordadas. No es poco.
Cuando
paseaba por el estadio en Olimpia y por todo el complejo que a su lado se
extiende, me imaginaba la realidad de las primeras olimpiadas a la vez que me
trasladaba a la de las de nuestros días. Cuántas diferencias. Pero cuántas
semejanzas también.
Las
olimpiadas de ahora mismo son una convocatoria a la que acuden gentes de todo
el mundo, son un reclamo para tomar conciencia de que puede haber elementos e
ideas que nos unen y que no nos enfrentan, son una parada y fonda en la que
todo el mundo se saluda y se siente cercano. Y, para más elementos positivos,
los medios de comunicación nos hacen partícipes a todos, desde cualquier rincón
del mundo.
A
pesar de tantísimos pesares, hay hechos que reconcilian a uno con el mundo y con la especie humana;
aunque sea temporalmente. Intento imaginar qué otra especie que no sea la
humana es capaz de convocar una reunión mundial con un propósito pacífico y de
diversión y no me aparece ningún indicio de ello por el horizonte. No sé si los
perros, por ejemplo, tienen pensado algo parecido, pero me parece que no andan
en ello.
Un
buen día para reconciliarse con esta especie tan contradictoria y desigual como
es la humana. Mañana ya será otro día y tal vez otra cosa.
Y
después llegarán las medallas y los trofeos, los ganadores y los finalistas,
los de marcas y los eliminados… Pero eso a mí ya me interesa menos; aunque será
lo que me devuelva a la realidad más cruda e inmediata.
Hoy,
sin embargo, me quedo con mi recuerdo casi sagrado de mi Grecia Antigua, con lo
que simbolizan las olimpiadas y con esa capacidad de esta especie que con tanta
frecuencia me defrauda. Vale.
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