IDEOLOGÍAS
Acaban de celebrarse las elecciones
regionales andaluzas con un resultado muy favorable para los partidos de
derechas, a pesar de que Ciudadanos desaparece. Los días inmediatos los dedican
los medios públicos a analizar esos resultados y a dibujar en qué situación
quedan los distintos partidos políticos después de esta convocatoria.
Hasta donde veo, escucho y leo,
todo cae en el debe o en el haber de los partidos y, más concretamente en el de
los candidatos presidenciables. No conozco ni una sola alusión a los electores,
a sus características, a su formación, a su situación económica… Ni una sola
alusión. No forman parte del análisis. Y esto sucede en todo tipo de
elecciones, sea cual sea el resultado y aparezca quien aparezca como ganador o
perdedor.
Se da por sentado que los electores
siempre tienen razón, que no se equivocan nunca. Por eso, toda la carga de la
prueba recae sobre las espaldas de los representantes, quienes, al final del
proceso, se convierten en héroes o en villanos, en triunfadores o en
fracasados, en campeones o en descendidos de categoría. De esta manera, los
medios de comunicación (y, por su influencia, todos los ciudadanos)
personalizan la victoria o la derrota en un líder, que parece casi un Moisés guiando
a su pueblo.
Me niego a sumarme a esta inercia,
que me parece tan simplona y reduccionista.
Solo me fijaré en un par de
variables, de entre las muchas que suscita el asunto.
En las citadas elecciones
andaluzas, el PSOE presentaba como cabeza de lista a Juan Espadas. Todos los
comentaristas, analistas sesudos ellos, afirman que no era muy conocido y, por
ello, ha perdido muchos votos. O sea, que las elecciones son también para los
analistas una pasarela en la que solo deben desfilar personajes cuya cara sea
conocida. Poco o nada importa si ha desempeñado algún puesto anterior, si su
formación es sólida o escasa, si posee una ideología firme o pendulona, si…
Nada, nada, nada, solo que sea conocido o no. Una de dos, o los analistas no
alcanzan el nivel de la normalidad o tildan a los electores de analfabetos
mentales. No sé cuál de las dos posibilidades es real. Puede que incluso lo
sean las dos. En cualquier caso, pena, penita, pena, desencanto general y
desilusión. Claro que es posible que el que se quede por debajo de la
normalidad sea yo mismo: tendré que revisar mis argumentos.
La otra variable posee incluso
mayor alcance. Es la que afirma que los electores nunca se equivocan. Lo mismo
que se dice de los espectadores en el deporte o de los clientes en el comercio.
Intento suponer que quieren decir que hay que respetar siempre las decisiones
que toman los electores con la suma de sus votos. Pero es que poco o nada tiene
que ver una cosa con la otra. Porque me asalta una duda metódica e insalvable.
Si el elector siempre tiene razón, ¿en qué nivel de verdad o de mentira quedan
las ideologías? Porque uno pensaba -qué cándido- que el socialismo o el
liberalismo tienen las bondades o las maldades que atesore cada sistema con
independencia de que en una contienda electoral los resultados sean mejores o
peores. ¿Qué les podemos decir a los partidos que repetidamente obtienen
resultados escasos en elecciones, que su ideología no es válida? Y, sensu contrario, ¿daremos la razón y
aplaudiremos a aquellos que utilicen cualquier medio con tal de alcanzar la
victoria en votos? Si así fuera, las ideologías poco o ningún sentido tendrían
y mejor que los partidos se dejaran de monsergas y dieran todo por bueno con
tal de llegar al éxito. La victoria como ideología. «La caída de las ideologías».
Esta desgraciada frase les debería sonar a muchos como lema de aquellos que, en
otros tiempos, tuvieron al país amordazado y en el más absurdo oscurantismo.
Fernández de la Mora dixit.
No dudo de que las ideologías
tienen que adaptarse a la realidad de cada momento y deben subrayar unos
perfiles u otros, pero perder el paso de las ideas fundamentales, eso nunca.
Aunque se obtengan malos resultados electorales. Revisión, análisis,
rectificación, asunción de errores, planificación, examen de contextos…, todo resulta
necesario. Pero olvidarse de las ideologías es como subirse a un globo
aerostático y dejarse llevar por la corriente de aire hacia cualquier sitio.
Lo otro es aquello de los hermanos
Marx: Estos son mis principios, pero, si
no le gustan, tengo otros. Y eso, casi que no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario